Al parecer, ponerse ciego constituye un nuevo derecho social
AUNQUE se trate de un tostón, resulta revelador leer hoy el discurso de investidura de Sánchez en 2018, cuando llegó al poder por la puerta trasera con los separatistas. «La sociedad nos demanda avanzar en transparencia, rendición de cuentas y regeneración democrática», proclamaba quien ha acabado atando al Consejo de Transparencia, acogotando a los jueces y asaltando el CIS y TVE. Sánchez anunció también una televisión pública «independiente y plural». Bromeaba, pues acto seguido convirtió TVE en su NO-DO. Quien albergue dudas puede flagelarse con el hooligan magazine ‘informativo’ que se emite antes del Telediario del mediodía, que acaba de recibir críticas frontales de profesionales de TVE como Fortes y Franganillo por el acoso a Rajoy de una de sus reporteras, «impropio de una televisión pública». La toma de TVE para la causa ‘progresista’ está resultando un éxito: La 1 marcó el mes pasado su mínimo histórico.
De vez en cuando veo la televisión pública, porque dado que me obligan a sostenerla con mis impuestos quiero saber qué estoy pagando. Según datos facilitados por periodistas de TVE purgados en esta ‘etapa de pluralismo’, el magazine de la mañana de La 1 nos cuesta 60.000 euros al día (y su audiencia está en un tercio del de Ana Rosa). Pero a veces resulta didáctico. Esta semana descubrí allí algo que no sabía: el botellón es progresista. Comentaban un bebercio masivo en Sevilla, desmantelado por la Policía, cuando una tertuliana del correcto credo aportó el oportuno catecismo ideológico: no todo el mundo tiene dinero para copas en los bares, lo que impide su derecho al ocio, así que el botellón es necesario. Ninguno de los presentes se atrevió a refutar la tesis, incluida Celia Villalobos, ministra de Sanidad con Aznar reconvertida en personalidad televisiva.
Como casi todo el mundo, de chaval me pillé mis globos saliendo de farra. Vivíamos en la era prebotellón (y premóvil). No existía lo de juntarse a privar en un parque o un descampado. Sin embargo, jamás tuvimos problema para beber, porque la oferta siempre se adapta a la demanda y nunca han faltado en España abrevaderos asequibles. Pero ahora el botellón emerge como un derecho social. Lo que denota la mentalidad que está carcomiendo España: los deberes no existen, solo los derechos, y el Estado debe regular todos los aspectos de la vida privada. Decía Adam Smith que «no hay más requisitos para llevar a un estado al más alto grado de opulencia desde la mayor barbarie que paz, unos impuestos sencillos y una tolerable administración de justicia; el resto vendrá dado». Pero el ‘progresismo’ y la victimista ‘Generación Copo de Nieve’ discrepan del sabio ilustrado. El Estado ha de ser orwelliano, intrusivo, y nos llevará a la felicidad a través de una fabulosa igualación a la baja, que castiga el triunfo individual y empresarial. ¿Cómo vamos a privar a nuestros jóvenes y ‘jóvenas’ del derecho social a ponerse ciegos a precio asequible? Se acabará creando la Secretaría de Estado del Bolingón Igualitario y Feminista.