Es la hora y no lo parece en la ciudad de las contradicciones
La calle cobró vida otra vez ayer en un Sábado de Pasión en el que se colgó el cartel de ‘aforo completo’ en todos sitios y al que sólo le faltaron las cofradías Controles de la Policía en las colas de los templos
Todo estaba puesto ayer. El olor a azahar en el naranjo de la puerta grande del Salvador, donde la cola daba la vuelta por Sagasta. El cielo que tornó del grisáceo mañanero al celeste inmaculado al mediodía. El calor de la primavera, que sentenció su llegada. Estaban puestas las vallas en las puertas de las iglesias y las colgaduras que engalanan las calles señoriales del Centro a falta de las palmas del Domingo de Ramos. Ese trasiego de grupos de chavales haciendo la ronda con los alfileres y pegatinas en la solapa. Los bares, a reventar. La Borriquita montada con su misterio, la Amargura con San Juan, el palio de la Estrella y el paso del Cristo de la Buena Muerte de la Hiniesta. Los floristas trabajando sin descanso, las ofrendas a las imágenes del día, las visitas de las autoridades... Y, para dejarlo todo en su sitio, ayer, en la víspera, Dios bajó al suelo para acercarse a la ciudad.
Sin embargo, en esta Sevilla de las contradicciones, ni al Gran Poder le dimos besos ni el reloj terminó de avanzar cuando a la hora del almuerzo en Padre Pío, Torreblanca y Alcosa debían haber aparecido nazarenos por el camino más corto. Es como si alguien le hubiera dado la vuelta a los versos de Barbeito: del «parece que es la hora y no es la hora» al «es la hora y no lo parece». Esta ciudad antagónica, empeñada en llevarse la contraria a sí misma, llenó las calles, hizo colas interminables, se reunió y se quitó la mascarilla en los bares —donde estaba todo reservado desde hacía una semana—, pero se dejó las devociones dentro. El debate estaba en si preferían la Semana Santa de 2020 o la de 2021: —Hombre, al menos este año podemos estar en la calle. No hay color. —Ya, pero este año nos han puesto el caramelo y nos lo han quitado. Hay que tener mala idea.
Desde el Viernes de Dolores, el dispositivo de seguridad desplegado por el Cecop a las puertas de las iglesias llama la atención. En algunos lugares donde se prevén mayores aglomeraciones, como el Salvador o San Lorenzo, había hasta dos patrulleros velando por que se cumplieran las medidas sanitarias. Eso, sin embargo, correspondió a las propias hermandades, hasta en la calle, donde desplegaron voluntarios para hacer cumplir estrictamente los protocolos. En ningún momento tuvieron que actuar los agentes, salvo para auxiliar en aquellos lugares donde las colas eran más difíciles de encauzar. Por la tarde, el Cecop revisó algunos puntos de cara a la gran afluencia que se espera hoy, sobre todo en las iglesias de las hermandades del Domingo de Ramos.
Ayer, pese a todo, fue Sábado de Pasión. Y amaneció en San Lorenzo. A eso de las siete y media de la mañana, en las claritas del alba en la que los vencejos perdidos por la ausencia de árboles en la plaza solían cantar la danza del nuevo día, no había un alma. Sólo un hombre esperaba apoyado en la puerta de la basílica la apertura del besamanos, que no llegó hasta hora y media más tarde. En el interior, los fotógrafos buscaban la perspectiva perfecta. Rechi había llevado su lámpara con el paraguas para amortiguar la luz en ese reportaje de estudio. El Señor en penumbra. El juego de las luces y las sombras que inventó Rembrandt, barroco puro sobre el expresionismo del rostro del Gran Poder. Así pasaron los minutos, entre disparos y flashes a ‘ese Hombre que camina’ con su túnica de los cardos. Y llegaba el siguiente turno. A la salida, tras el pellizco del adiós por tenerlo tan cerca, la luz del día era la misma que la de un Viernes Santo al entrar la cofradía. Ya en la plaza la cola llegaba hasta el mismo centro. Aún faltaban 45 minutos.
Camino del Salvador, la ciudad se iba calentando. Pasadas las diez, la cola crecía y crecía. Primero hasta el monumento a Montañés, y al mediodía hasta Sagasta. Dentro, el crucificado del Amor en veneración, la mirada de la Virgen del Socorro, el misterio de la Borriquita en el altar mayor y el Señor de Pasión en la capilla sacramental, con la cruz de