Te la pueden colar con el carvacrol o con Inditex
Con todas estas vivencias a las espaldas y con apenas 15 años, el niño payés acaba de publicar una autobiografía ‘Uep! Mis aventuras en el campo’ (editorial Planeta). Nunca es pronto si la excusa es buena y Miquel tiene mucho que contar. Habla de sus primeros pinitos en las redes, de los animales increíbles que hay en su granja, comparte recetas, reflexiona sobre el cambio climático y se sincera sobre cuánto sufrió con el acoso escolar.
«Se reían de mí. Recibí insultos y degradaciones: se reían de mi físico, me ofendían diciéndome que estaba demasiado gordo», confiesa el chaval, que intentó no hundirse y buscó ayuda. Un día, en el colegio, hablaba con su amigo Marc sobre los ‘yotubers’ y cuánto le gustaría montar un canal para hablar sobre las labores del campo y las costumbres de sus antepasados. Así surgió el primer vídeo: con un móvil enganchado con tres palos de olivo silvestre a modo de trípode, lejos de la sofisticación de aquellos ‘influencers’ que lo petaban. Y con mucho menos, Miquel lo petó. «Uep, com anam?» Su saludo, más mallorquín que la sobrasada, ya es un clásico en sus vídeos. «La inocencia, el ingenio y las ganas de reír nos dieron la oportunidad de registrar momentos únicos que compartimos en la red con los primeros suscriptores», recuerda Miquel, a quien hay que reconocerle el mérito de triunfar en las redes siendo la antítesis del postureo. Como cuando aparece con su asno Menut para contar con naturalidad por qué esas manchas blancas en el hocico, el pecho y alrededor del ojo significan que el animal es una especie autóctona de la Isla. Como él. Ni granjero ni agricultor, su sueño es ser mecánico de tractores antiguos. «Hay mucha gente que tiene un tractor y lo quiere restaurar y no hay nadie que haga eso». ¿Un visionario? De momento, ya ha conseguido con su cosechadora desatascar el buque Ever Given en el canal de Suez. Nada se le resiste a Miquel, ni siquiera en los memes que protagoniza.
EO a David Alandete que Facebook ha suspendido la cuenta de Nicolás Maduro por defender remedios falsos (y quizá inofensivos) para tratar el coronavirus. A ver, que el carvacrol o cimonerol, presente en aceites esenciales de orégano y tomillo, neutralizan el virus sin efectos secundarios. Supongo que Juan Guaidó, contagiado de Covid19, no leyó a tiempo la poción. Tras los excesos del carnaval, Venezuela está en el peor momento de la pandemia. Con el Gobierno, además, rechazando las 12 millones de dosis de AstraZeneca gestionadas por la presidencia encargada. Maduro sólo quiere vacunas rusas, chinas y cubanas.
El régimen habla de ‘totalitarismo digital’, que no digo que no. Facebook contesta que sólo sigue a la OMS, a la que hay que dar de comer aparte. Pero a algo nos tendremos que agarrar. Vale que a veces las redes no tienen ni pies ni cabeza en sus razonamientos censores contra bocachanclas. Muchas veces se equivocan porque no manejan mecanismos para el matiz, la ironía, el sectarismo, incluso. Más preocupante es el coladero del Congreso de los Diputados. No paro de ver una intervención de Oskar Matute, de EH Bildu, ‘amigüito’ de Sánchez, cargando contra el mayor malvado de España. Nuestro Scrooge, nuestro Burns, nuestro tío Gilito. Amancio Ortega, ese hombre.
Que si Inditex tributa cero euros en el Impuesto de Sociedades, que así cualquiera es filántropo. Que los beneficios de la empresa fueron de 10.400 millones en 2019. Pero resulta, según explica Juan Rallo, que es Ortega el que con su dinero hace la tan molesta filantropía. Y los beneficios de la empresa fueron 4.681 (1.805 en España). Y pagó 1.034 en Impuesto sobre Sociedades en todo el mundo (372 en España). Que cualquiera puede ser diputado ya lo sabemos. Que cualquiera puede mentir, también. Para detectarlo ni siquiera hay que estudiar psicología facial, como Christian Gálvez. Dice que puede detectar si alguien miente. Menos mal que la entrevista de Gálvez con Ana del Barrio quita el mal humor. Y menos mal que no es diputado. Claro, que sería más inofensivo que Matute.
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