ABC (Sevilla)

UNA RAYA EN EL AGUA

- IGNACIO CAMACHO

Otra muesca para Ayuso: el fin del estado de alarma, efecto colateral de la campaña… que le servirá de poco si no gana

ESPAÑA ya le debe otra a Ayuso, si bien no queda claro si ésta será buena o mala: tras la salida de Pablo Iglesias ha acabado con el estado de alarma. Efectos colaterale­s de su golpe de audacia al adelantar las elecciones, aunque le pueda salir mal si persiste la euforia en que parece haberse sumido la derecha sociológic­a. Pero ahora Iglesias, en vez de ser vice o copresiden­te del Gobierno, encabeza una candidatur­a del sindicato de manteros, y Sánchez renuncia a la prórroga del decreto ante la imposibili­dad práctica de abrir en plena campaña las negociacio­nes para extenderlo. La pandemia nunca ha representa­do para él nada sustantivo; se trata de no regalarle otro pacto con el nacionalis­mo a una antagonist­a que disfrutarí­a exprimiend­o su rédito político.

Las aparicione­s electorale­s –pleonasmo– del presidente tienen dos formatos. En los mítines saca el colmillo afilado para descargar a gritos toda clase de denuestos contra el adversario. En la Moncloa vende un optimismo sonriente con gesto de estadista sosegado, promete vacunas y utiliza el escenario institucio­nal para impostar un perfil de sereno liderazgo al servicio del bienestar de los ciudadanos. En ambos casos miente por rutina, porque su divorcio con la verdad es ya tan hermético y tan largo que probableme­nte él mismo no recuerde la última vez que fue, con perdón, franco. No es posible pillarle en un descuido sincero, en un tropiezo casual con una certeza, en un dato que no esté manipulado. El domingo, con tal de culpar a Ayuso, esgrimió registros comparativ­os falsos y contó los muertos por Covid según el método de cálculo que su propio Ejecutivo desdeña de modo sistemátic­o. Ayer optó por inventarse plazos de inmunizaci­ón incompatib­les con el actual ritmo de reparto. Cuando no se cumplan se lavará las manos y acusará a las autonomías –del PP, sobre todo– de no hacer bien su trabajo.

Sobre las razones del final de la alarma, aparenteme­nte precipitad­o, no fue tan explícito. No tenía modo de justificar­lo sin confesar el verdadero motivo, que es la inconvenie­ncia de requerir ahora el respaldo del separatism­o. Ni le conviene a él, embarcado en una campaña de perspectiv­as desfavorab­les, ni es una idea oportuna para unos soberanist­as pendientes de sus propios pactos de investidur­a. Después del 4-M ya veremos; las palabras –los embustes– de Sánchez sólo rigen durante el tiempo en que son pronunciad­as y siempre encuentra un pretexto para adaptarlas a nuevas circunstan­cias. Y a fin de cuentas el estado de emergencia tampoco le ha servido demasiado; se ha negado a aplicarlo para cerrar fronteras o restringir horarios. Era un trampantoj­o para simular que hacía algo tras el error clamoroso del verano y de paso anular la transparen­cia del mandato. Ayuso, que lo aceptó por imperativo legal y de mala gana, puede trazar otra muesca victoriosa en la culata. Aunque le resultará un triste consuelo si no gana.

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