La zarina diplomática de las vacunas en EE.UU.
Blanca la realidad de que le van a sobrar vacunas y de que no las comparte. El presidente de EE.UU. ha defendido hasta ahora una política sobre su arsenal de vacunas al estilo del ‘América primero’ de su antecesor, Donald Trump. No se repartirían vacunas hasta controlar la pandemia en su país y se necesitarán más en el futuro para vacunar a menores y, quizá, para poner refuerzos.
El fichaje de Smith, sin embargo, responde a otra realidad: la pandemia no se controlará si no se le pone coto en todo el mundo. Es posible que el virus siga mutando mientras encuentre poblaciones no inmunizadas y eso podría perjudicar a EE.UU. «El virus se mueve más rápido que nosotros, está ganando», advirtió Smith ante el aparente triunfalismo en EE.UU., donde en muchas partes parece que se ha regresado a 2019.
Smith tiene experiencia amplia en este campo. Barack Obama la eligió para dirigir USAID, la agencia que gestiona la ayuda y cooperación con países en desarrollo. Lo hizo después de una experiencia de veinte años en África –sus complementos de estilo étnico la delatan– como periodista y activista. Formó parte de los equipos de seguridad en los gobiernos de Bill Clinton y de Obama como experta en aquel continente, una labor en la que fue criticada por ser demasiado amable con dictadores de países como Etiopía, donde a EE.UU. le interesaba mantener la estabilidad. África, donde la gran mayoría de los países tienen un índice de vacunación por debajo del 1%, será una de sus prioridades. Smith fue también fue una de las personas que lideró la respuesta de EE.UU. a la crisis del ébola, quizá el único punto que le emparenta con Fernando Simón, portavoz español en la lucha contra el Covid-19. En lo que queda de pandemia, Simón forma parte de un Gobierno al que le faltan millones de vacunas. Smith se encargará de repartir las que le sobran a EE.UU.
Encuentra la doctrina para limitar el poder de las plataformas digitales
a Corte Suprema se tuvo que pronunciar sobre los bloqueos que hizo Trump desde su cuenta de Twitter cuando era presidente, y esto, que poco importa ya, ha permitido que el juez Clarence Thomas desarrolle un argumento luminoso sobre la posible regulación de las plataformas digitales.
La cuenta del presidente era, hasta cierto punto, un foro público, pero no del todo porque, si Trump tenía poder para bloquear usuarios, aún era mayor el de los propietarios de Twitter para bloquearle a él, como sucedió. ¿Cómo considerar foro público un lugar en manos privadas?
La 1ª Enmienda limita al gobierno, se dice, pero no a particulares, libres de admitir o no los discursos que quieran en su plataforma. Esto fue lo que se argumentó para justificar la censura al presidente.
El juez Thomas se enfrenta a ese dilema y al problema que las nuevas tecnologías plantean a las viejas doctrinas legales y lo hace buscando, dentro de la tradición jurídica americana, aquellas que limitan el derecho de la empresa privada a excluir a usuarios. Encuentra dos: la regulación de los transportistas comunes y la de los alojamientos públicos, obligados, por su importancia, al acceso público general. Thomas propone que las plataformas digitales, «avenidas del discurso», se regulen así como medios de transporte de ideas u opiniones.
Al habitual razonamiento liberal de que hay otras plataformas y de que el usuario es muy libre de buscarlas o crearlas, Thomas opone el ejemplo de irse a nado o caminando como alternativa al tren. «Al evaluar si una empresa ejerce un poder de mercado sustancial, lo que importa es si las alternativas son comparables. Para las actuales plataformas digitales, nada lo es».
La democracia ateniense garantizaba no solo la igualdad ante las normas sino la isegoría, la igualdad de acceso al ágora, de expresar la propia opinión en el espacio público. Esa isegoría, de la que no se habla, no es solo libertad de expresión, es igualdad en la libertad de expresión, y es lo que está en juego.
A la espera de lo que digan nuestros liberales, al juez Thomas ya le han llamado marxista.
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