El problema es que todo lo que es posible en un laboratorio acaba haciéndose
Una subida de impuestos es un castigo que reciben los ‘ricos’, entendiendo como tales a quienes todavía pueden vivir honestamente de su trabajo
CUANDO la ministra María Jesús Montero anunció entre risas una subida de impuestos, muchos comentaristas juzgaron tal expansión como un rasgo psicopático propio de quien disfruta afligiendo con exacciones a los españoles, sin importarle la ira popular. Isabel Díaz Ayuso, en un alarde de ingenuidad, llegó incluso a resaltar que el día en que la ministra hizo ese anuncio entre risas era ‘martes y 13’, augurando que su osadía tendría consecuencias funestas para la izquierda. Se equivocan por completo quienes así piensan.
Una subida abusiva de impuestos provoca, en efecto, reacciones airadas en una sociedad laboriosa y productiva, vinculada y fecunda, con la riqueza bien repartida. Pero en una sociedad previamente arrasada, sin vínculos ni compromisos, en la que más de la mitad de la población vive con sueldos misérrimos o con subsidios, infectada de resentimiento y de acedia, de envidia y hastío vital, una subida de impuestos de estas características se convierte, por el contrario, en motivo de regocijo para una mayoría social.
Pues, para esa mayoría social, la subida de impuestos es un castigo que reciben los ‘ricos’, entendiendo como tales no las ‘grandes fortunas’, ni siquiera las ‘fortunitas’, sino simplemente quienes todavía pueden vivir honestamente de su trabajo. Esas risas de la ministra Montero son, en verdad, psicopáticas; pero de un modo mucho más retorcido y alevoso de lo que se intuye. Son las risas de quien sabe que una medida que sería impopular en cualquier sociedad sana sin embargo se convierte en una medida benéfica en una sentina de odios en ebullición donde las pasiones de Caín han sido elevadas a la categoría de virtud democrática.
En esta línea de aprovechamiento psicopático de las pasiones de Caín merece especial atención el anuncio de una subida del impuesto de sociedades, después de que hayan cerrado decenas de miles de pequeños negocios y otros tantos estén trance de hacerlo, con la consiguiente plaga de parados. En cualquier sociedad sana, en una situación de crisis como la presente, el Estado centraría sus esfuerzos en reactivar la economía productiva, para generar un empleo que permitiría a la postre acrecentar la recaudación de impuestos. Pero allá donde triunfan las pasiones de Caín se puede acelerar impunemente el estrangulamiento de la economía nacional. Y se puede, en fin, presentar como ‘justicia social’ una aberración tan evidente como gravar instituciones de derecho natural como la sucesión hereditaria, la transmisión mortis causa del patrimonio que ya ha sido previamente gravado en su adquisición y en las rentas con las que ha sido obtenido. Pero cuando se logra crear una sociedad desvinculada, sin herederos ni herencia que transmitir, se pueden gravar incluso las instituciones de derecho natural (mañana podrían igualmente gravar tener hijos con el aplauso de una mayoría social). Saben que pueden permitirse estas aberraciones porque previamente han generado la disociedad que las aplaude. Y lo celebran con risas.
ALGUNOS lo saludan como una maravilla. A otros más bien nos deja destemplados, con temores, con prevenciones morales. El científico albaceteño Juan Carlos Izpisua, de 61 años, un extraordinario farmacéutico y biólogo que investiga en el Instituto Salk de California, acaba de anunciar la creación de 132 embriones que combinan células de mono y humano. El pretexto que invoca el investigador español es el de siempre: el trabajo abre una puerta para curar muchísimas enfermedades. El experimento se llevó a cabo en China, donde la manga ancha para estos despropósitos éticos es mayor. A tres de los embriones se les permitió vivir 19 días. No llegaron a implantarlos en un útero, ni intentaron cultivarlos en laboratorio. Pero un día acabará haciéndose.
En general soy optimista: el mundo tiende a mejorar (véase la espectacular caída de las hambrunas en este siglo). Desde hace ya siete décadas podemos destruir el planeta en minutos con los arsenales nucleares. Sin embargo aquí seguimos. Pero en esta hora, mientras peleamos contra el Covid y nos evadimos con maratones de series, están sucediendo tres novedades que voltean por completo lo que ha sido la humanidad hasta ahora. Así que ya no me siento tan optimista:
— La voluntad dirigida. Plataformas monopolísticas de internet conocen nuestro comportamiento mejor que nuestras parejas (y a veces que nosotros mismos) y se lucran de él mediante la minería de datos. No solo saben todo lo que estamos haciendo en la intimidad profunda, sino que además comienzan a ser capaces de influir en nuestras pautas de actuación. Están logrando dirigir nuestras decisiones. Además su modelo económico fomenta la desigualdad, burla a los fiscos nacionales y no crea empleo de manera extensiva.
— Latiraníadelasmáquinas. La Inteligencia Artificial es una absoluta realidad, que se ha acelerado durante la pandemia. Cada vez son más las tareas que los algoritmos llevan a cabo mejor que las personas. El lado positivo es que se dispara la eficacia. El precio serán oleadas de profesionales superfluos y un debate sobre cuál será el límite de las máquinas. Algunos pensadores creen que la carrera de la IA acabará liquidando a la propia humanidad. Además facilita las tecnologías de vigilancia, que extremarán el control de los totalitarismos hasta niveles de pesadilla.
— Castasdesereshumanos. La bioingeniería, las exploraciones en la línea de la de Izpisua, pueden finiquitar la lotería de la cuna, que era un factor igualador. Hasta ahora a cada uno nos tocaban unos talentos diferentes al nacer. El pobre podía resultar más brillante que el rico. La ingeniería genética llevada a su máximo desarrollo podría acabar creando castas de seres humanos. Los más pudientes tendrán acceso a mejoras de laboratorio para convertir a sus hijos en Súper Humanos, más inteligentes, más hermosos, más fuertes. El hombre juega a Dios, fabricando seres humanos y vida inorgánica.
¿Qué línea de defensa queda? La moral. Pero no está de moda.