La fusión de Galpagro y CBH es el ejemplo de la realidad empresarial del agro andaluz
NARBONA
E Nnuestro país hay un nutrido grupo de ideólogos que siempre tiene la receta para solucionar todos nuestros problemas económicos. No solo trazan brillantes e infalibles planes «a medio y largo plazo», sino que además atizan con ligereza a los empresarios de todos los sectores por no hacer estrategias «de luces largas». El blanco preferente de estos «gurús» suelen ser los agricultores, a quienes les aconsejan paternalmente «que aporten más valor añadido a sus productos y hagan un esfuerzo superior en I+D». Y para rematar la faena siempre sacan a relucir aquel tópico desfasado de que «debemos aprender de los italianos, porque su aceite de oliva embotellado tiene más reconocimiento que el español».
Mientras sobreviven los falsos prejuicios del campo en el mundo de la política y de la academia, pasa desapercibida una realidad incontestable: en este momento existe en el agro andaluz una generación de empresarios que está poniendo los mimbres para que desde el Sur de España se domine la tecnología de los cultivos con más potencial. Cualquiera que sienta curiosidad por lo que ocurre en la economía sevillana debería visitar la Finca El Valenciano —muy próxima a Carmona—, un centro tecnológico en el que se investigan las variedades de olivar del futuro de la mano de la Universidad de Córdoba. La estética del cortijo se adapta a la iconografía de las «startups» (como si se tratara de una empresa de Silicon Valley), para despertar vocaciones en los más jóvenes. Este proyecto nació de la mano de Galpagro, una compañía familiar que ha asesorado la puesta en explotación de más de 30.000 hectáreas de cultivos intensivos en la última década. Su gran rival era otra firma cordobesa (también de origen familiar) denominada CBH. Y esta semana se ha dado una de las noticias del año en el mundo de la empresa andaluza, ya que Galpagro y CBH se han fusionado creando un grupo con un negocio conjunto de 40 millones de euros y el objetivo de superar los 80 millones en cinco años. Unir íntegramente a dos firmas familiares que hasta ahora han sido competidoras no es tarea fácil. A este caso hay que sumarle el de otros emprendedores que han creado compañías de una gran dimensión y recorrido, como Estanislao Martínez (promotor de AGQ y pionero del desarrollo del aguacate en Huelva), José Luis de Prado (que aspira a controlar 20.000 hectáreas de olivar y frutos secos en 2023) o Antonio Martín Antúnez (fundador de Algosur).
A la agricultura ni siquiera se le cita como un sector estratégico para la recuperación económica (a pesar de que una vez más ha sido un colchón frente a la crisis), pero es una de esas actividades en las que se están haciendo proyectos empresariales en los que Andalucía sí está marcando diferencias. @lmontotor
¿Y qué pasará con el
En el tan elogiado anuncio de la Lola Flores ‘resucitada’, casi nadie repara en lo que de verdad importa, en que la sintaxis es absolutamente estándar
REPARTIDOS, aproximadamente, en tres tercios, unos andaluces no pronunciamos de igual modo censó(r) y sensó(r), otros dicen siempre [cenzó] y otros [sensó]. Pero nadie debe cometer faltas de ortografía ¿De verdad creen algunos de los (pocos, menos mal) empeñados en proponer una escritura ‘en andalú’ que, al prescindir de la s ( yonozoiazí,comoeza) vna a lograr la ‘dignificación’ del ceceo?
En la década de los 60, un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Hispalense podía permitirse —y no era una bravuconada— amenazar a los alumnos ceceantes con suspenderlos si no abandonaban tal hábito articulatorio.
A mediados de los 80, me correspondió presidir la Comisión encargada de seleccionar a los que, entre más de un centenar de aspirantes, debían ocupar las diez Cátedras de Bachillerato de Lengua y Literatura Española convocadas por la Junta de Andalucía. Uno de los candidatos (acabó obteniendo plaza) iniciaba los ejercicios orales así: «pido perdón al Tribunal por no poder evitar mi natural ceceo ». Mi reacción era siempre la misma: «No tiene que disculparse por algo que le sale con naturalidad».
Solicita mi colaboración un grupo de estudiantes universitarios [https://twiter.com/orgulloceceante] que se proponen «acabar con la discriminación que sufren los ceceantes andaluces». Quieren saber desde cuándo, por qué y cuánto se ha extendido el ceceo. Les hago ver que no es fácil responder, y salgo del paso diciéndoles que en El español hablado en Andalucía (ahora de acceso libre en la Editorial Universidad de Sevilla) se puede seguir la intrincada historia del proceso único que ha acabado en lo que nos hemos habituado a denominar ceceo ([cima] para cima y sima) y seseo (en ambos casos [sima]).
¿Condenado a la extinción el ceceo? Las lenguas —que viven únicamente en sus variedades— , mientras no dejen de usarse, no cesan (‘ sesan’, ‘ cezan’) de variar, sin que nadie pueda prever la dirección ni el ritmo de los cambios. Pero salta al oído que hay ceceantes que acaban ‘pasándose’ a la distinción, o al seseo, que, si no fuera por el contexto, no permitiría al que oye [sarsa] saber si el hablante se refiere a la(s) salsa[s] o a la(s) zarza[s].
Fui ceceante en mi infancia (transcurrida en el pueblo sevillano de Martín de la Jara), seseante cuando era (pre)adolescente (en Estepa, de la misma provincia), y ya ni recuerdo desde cuándo soy distinguidor. Pero sigo sin poder explicar por qué y cómo se termina venciendo la no pequeña resistencia que supone alterar un rasgo de pronunciación. Desde luego, no porque en las Gramáticas (incluida la académica) el ceceo se considere “vulgar” o porque en Ellibrodelespañolcorrecto del Instituto Cervantes se afirme que «carece de prestigio incluso en las áreas en que se produce». Los ceceantes no harían el ‘esfuerzo’ de ¿lib(e)rarse? de tal uso si no constataran que nada pierden y sí ganan algo. Por ejemplo, dejar de ser objeto de mofa, como le pasó a un amigo (también llegó a ser Catedrático de Literatura, en este caso de Universidad), que, siendo estudiante en Madrid, hubo de leer en clase el poema de Garcilaso en que figura el verso que en sus labios ‘retumbó’ así: en el cilencio zólo z´ehcuchaba un zuzurro d´abeha que zonaba. La Lola Flores ‘resucitada’ en el tan elogiado anuncio publicitario (‘Con mucho acento’), cuya dicción se sitúa en las antípodas de la desarticulación destructora que se asocia al andaluz, distingue con claridad la c de la s cuando afirma que el acento ehtutesoro o manoseatuhraíce. Es verdad que aspira o pierde las –s finales de sílaba ( lah cohtura o que se ehcushe hahta el hipo), pero casi nadie repara en lo que de verdad importa, en que la sintaxis es absolutamente estándar.
Frente al seseo, que ha tenido todo a favor para avanzar (se ha impuesto en Canarias y América), el ceceo no ha dejado de recular a medida que los cotos (casi) aislados y marginados han ido desapareciendo y se han intensificado los contactos entre hispanohablantes. El desarrollo económico, social y cultural, la superación del analfabetismo, las migraciones y los movimientos turísticos, la expansión de la radio, la televisión y las nuevas tecnologías, etc. han empujado en la misma dirección.
Puede ser loable el intento de recuperar el orgulloceceante, pero no parece que provoque gran pesar el retroceso del único fenómeno casi exclusivo de hablantes de Andalucía (en los pocos puntos fuera de la región en que se da tampoco goza de prestigio). Más bien lo contrario. Y es que el abandono de usos idiomáticos, al igual que los que permanecen, reflejan la aspiración individual y colectiva a atenuar las divergencias sociales. A una nivelación por arriba, claro, no por abajo.