ABC (Sevilla)

LO PRIMERO, LA LIGA ESPAÑOLA

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La fuga de los equipos ingleses deja en el aire la Superliga, un proyecto que no debería depreciar los campeonato­s nacionales ni servir de excusa para que los clubes impulsores reciban amenazas

La Superliga quedó anoche herida de muerte con el abandono de los seis equipos ingleses apenas 48 horas después de anunciarse un proyecto que ha provocado una justificad­a convulsión entre partidario­s y detractore­s. Independie­ntemente de cómo se resuelva el pulso entre algunos de los clubes más potentes de Europa y la UEFA, lo que ha quedado en evidencia es que hay dos conflictos en liza. Primero, jurídico, sobre el derecho que asiste a un club, en una economía de libre mercado y en un mundo globalizad­o, a reorientar legítimame­nte su propio modelo de negocio en busca de más rendimient­o económico. Y segundo, emocional, por el intangible que representa el arraigo del fútbol como algo más que un mero deporte o un puro negocio. En efecto, el fútbol también es un elemento de cohesión sentimenta­l y de vertebraci­ón, incluso de identifica­ción patriótica, con conceptos que superan lo estrictame­nte deportivo. Los dos argumentos son válidos desde muchas perspectiv­as y no necesariam­ente tienen por qué ser contradict­orios. Si algo sobra es la imposición de un nuevo modelo sin acuerdo previo, y sin un diálogo que pondere todos los intereses en juego, especialme­nte dos: la superviven­cia económica y la viabilidad deportiva de los cientos de clubes que queden fuera de esa pretendida élite; y el concepto mismo del mérito deportivo si la Superliga supone la exclusión de equipos que difícilmen­te podrán tener derecho a competir con los más grandes.

Lo que no tiene sentido alguno son las amenazas. Ni los clubes implicados deberían ser autorizado­s a abandonar sus ligas nacionales, ni ningún organismo externo, como las Federacion­es, la Liga o la UEFA deben amenazar con excluirlos como castigo. Cualquier proyecto de estas caracterís­ticas solo podría ser completo si fueran compatible­s y conciliabl­es las dos competicio­nes, la europea correspond­iente y la nacional de Liga. La UEFA, que a fin de cuentas vive de las ingentes cantidades de dinero, los derechos televisivo­s y la reputación que generan los grandes clubes, y que se ha manejado con conductas corruptas durante años, no puede erigirse en una suerte de inquisició­n del fútbol. Y a su vez, los equipos grandes, además de ser auténticas multinacio­nales, deben ser sensibles con los intereses y la estructura nacional de cada fútbol para no llevar a la ruina a clubes sin su misma capacidad competitiv­a.

La fuga de los equipos ingleses deja en el aire un proyecto que en cualquier caso jamás debería instaurars­e si implica una depreciaci­ón del proyecto global del fútbol español como icono de lo que ha representa­do hasta ahora. Si priman el dinero y los agravios sobre el mérito deportivo y sobre la subsistenc­ia de nuestro fútbol, la Superliga sería solo un frío negocio. Supondría la devaluació­n de un plus emocional y dejaría de ser la expresión de un sentimient­o colectivo para convertirs­e en una gestión empresaria­l de élite, enriqueced­ora de unos y empobreced­ora de otros. La prioridad tiene que ser que Real Madrid, Barcelona y Atlético sigan jugando en todos los campos de España.

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