Juego de trileros
Mientras todo el país se va a pasar los próximos quince días con el foco puesto en la batalla de Madrid, en España sigue activa una pandemia que mata todavía a un ritmo de cien personas diarias, infecta a miles de ciudadanos cada 24 horas y envía al hospital a centenares de ellos cada jornada. La incidencia acumulada supera los 200 casos por 100.000 habitantes. Muy cerca de los 250, que marcan el riesgo extremo. Unas cifras que, agravadas por el retraso en las vacunas, están muy lejos de apuntar a que la crisis esté superada. Ni siquiera podemos decir, porque sería una imprudencia temeraria, que la pandemia está controlada. No hay ningún dato científico que justifique el levantamiento de las principales restricciones que han impedido que esas cifras fueran mucho peores. La situación es tan injustificable que Sánchez ha conseguido la insólita proeza de poner de acuerdo a Bildu con el PP o a Ciudadanos con JxCat y el PNV. Todo el Parlamento le ha dicho que su posición es insensata. Hasta sus socios de Podemos creen imprescindible prorrogar el estado de alarma o un nuevo marco jurídico. nos damos rápidamente cuenta que mientras los partidos de izquierdas ven al empresario como un enemigo al que hay que estrangular a impuestos, los de la derecha tienen muy claro que cualquier recuperación económica pasa por, sobre todo, que quienes dan el 85% del empleo, es decir, que Pymes y autónomos estén apoyados. Tengo el gusto de conocer a un empresario, uno de esos empresarios de los que aún piensan que su mayor logro no ha sido emprender un proyecto empresarial y consolidarlo en el tiempo, ni siquiera haberle dado a su familia bienestar económico y un futuro, curiosamente de lo que más orgulloso se siente es de que su empresa «le dé de comer» como él dice, a treinta y tantas familias, y más en los tiempos que corren. Se conoce perfectamente la vida de todos sus empleados y de sus respectivas familias, y cuando alguno de ellos tiene problemas de cualquier índole siempre está dispuesto a echar un cable.
Alguien puede decir con guasa que estos empresarios son como los billetes de quinientos euros, que se sabe que existen, pero que se desconoce dónde están. Es evidente, que las empresas mientras más grandes, mas deshumanizadas. A un trabajador no se le ve como un ser humano, se le ve como una pieza de un engranaje que puede ser sustituida por otra, solo importa el beneficio empresarial por encima de todo.
Todo era fácil. Todo era posible. La cultura del bienestar parecía un derecho plenamente adquirido. Era sencillo hipotecarse y la dulzura del caramelo nos lo hacía ver todo de color de rosa. Era como un cuento de hadas dirigido a un público adulto, los niños prefieren cuentos más imaginativos y fantásticos y, sobre todo, con un final feliz. ¿Qué ha pasado? Todo ha sido un sueño; de repente nos hemos despertado y la resaca impide una plena conciencia de la realidad. Dejando los sueños y los pies en el suelo, quedando claro que hemos estirado más el brazo que la manga y, por tanto, la crisis económica que vivimos nos está obligando a reorganizar muchas verdades que eran aceptadas en los años de bonanza y consumo desmedido. La realidad nos sitúa ante el espejo para hacer el esfuerzo de descubrir con nitidez qué tenemos que hacer para salir adelante.
JUAN CORA ESTEFANÍA