ABC (Sevilla)

Sevilla tiene en sus dos grandes exposicion­es del siglo XX uno impresiona­nte, pero qué poco lo ha cuidado

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NA frase del libro que estoy leyendo me asalta desde la página 345: «Es más: el simple mantenimie­nto de un legado, sin su renovación, supone tantas veces una velada infidelida­d». Y de las luces de un camino espiritual, se me va la mente por la avenida de la Palmera y la isla de la Cartuja. Qué le vamos a hacer. Somos las lecturas que incorporam­os, los periódicos que hacemos y también las ideas que los conectan. Sevilla tiene en sus dos grandes exposicion­es del siglo XX un legado impresiona­nte, pero qué poco ha sabido cuidarlo. Mucho menos, adaptarlo o, como dice el biógrafo, renovarlo para no incurrir en la infidelida­d en su custodia que se advierte, de lejos, en la avenida de la Palmera, pervertida en sus usos de gran paseo burgués como la proyectaro­n cuando la Exposición Iberoameri­cana para dar paso a un híbrido engendrado por la abulia colectiva y el interés individual por llevar al máximo los beneficios.

Las residencia­s universita­rias de las que daba cuenta el reportaje del compañero Luis Montoto al inicio de esta semana son justo lo opuesto a lo que se planeó para la Palmera hace un siglo. Primero llegó la colonizaci­ón de las oficinas que desvirtuó el paseo señorial de grandes mansiones familiares de la burguesía sevillana y ahora llega la avalancha de usos dotacional­es para hacer irreconoci­ble la avenida, a un paso de convertirs­e en una prolongaci­ón del campus universita­rio sin más. Bastaría comparar el listín de teléfonos de cincuenta años atrás con el de ahora para advertir cómo ha cambiado de manos el poder (y el dinero) en la ciudad. La ciudad ha asistido impávida a esas sucesivas transforma­ciones sin mover un músculo de la cara. Quizá porque no se ha tomado nunca la molestia de actualizar y renovar el legado, lo que es una forma de infidelida­d de la que nadie parece rendir cuentas.

También en la isla de la Cartuja, con la Exposición Universal de la que acaban de cumplirse 29 años, se ha producido idéntico descuido con el legado. El reportaje del compañero Javier Macías no dejaba lugar a dudas: Sevilla no ha sabido qué hacer con buena parte de lo que se quedó en pie. Que a estas alturas todavía estén las estaciones del monorraíl mostrando los estragos del paso del tiempo dice tanto de nosotros como el furor que mostramos para almacenar en el desván de los trastos inservible­s las carrozas de la cabalgata de la Expo o las maquetas de monumentos de Andalucía de los Niños. Al cabo del tiempo, aquel entusiasmo prematuro decae y lo que quedan son las ruinas de ese gran legado. Nos ha pasado tantas veces ya que ni siquiera es una excepción. De hecho, la infidelida­d en la custodia del patrimonio se ha convertido en la regla en Sevilla.

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