Faten Ali Nahar La mujer que desafía al dictador de Damasco
Entrevista con Andrés Trapiello
En cualquier caso, y al margen del resultado que obtenga Faten Ali Nahar, las elecciones serán descalificadas una vez más por la comunidad internacional. Dejando a un lado a Rusia y a Irán, padrinos de Al Asad, el resto de las capitales se limita a recordar lo establecido por la ONU: es preciso elaborar primero una nueva Constitución, someterla a referéndum, y solo entonces convocar elecciones que deben ser supervisadas por Naciones Unidas. La situación en Siria está hoy a años luz de ese escenario.
La tragedia de la guerra civil se tomará, no obstante, un receso durante unos días cuando se desvele el rostro de la mujer que quiere derrotar en las urnas a Bachar al Asad, el dictador de Damasco, amigo de los ayatolás –su familia pertenece a una rama del chiísmo–, pero más respetuoso con la mujer que muchos otros autócratas árabes.
l populismo viaja en taxi. Revilla es el de siempre en ese negociado. Pablo Iglesias se ha subido después. Y sin anchoas. Llegó al debate de Telemadrid en taxi y luego se fue en un coche negro (no le vi la bandera roja de las estrellas que llevan los VTC). Me habría gustado escucharle gritar ‘¡Manooooolo!’, como a Celia Villalobos cuando esperaba fuera del Congreso a su chófer. Habría sido lo más interesante dicho en toda la noche durante ese muermo de ¿debate? Pero el manolo de Iglesias estaba aparcadito en su sitio para devolverle al ‘chaletazo’, que diría Ayuso. O a donde demonios fuera. La política es impostura, no nos vamos a sorprender ahora. Pero, hombre, haz el paripé completo. Ida y vuelta. Vienes en taxi, te vas en taxi. Que es un día. El único día que tienes que trabajar. «¿Cuántos hospitales hay en Madrid?», le preguntó Ayuso. Y tras una pausa miró sus papeles y los datos que le habían proporcionado los que sí trabajan para poder contestar en el quizshow que fue a veces ese tinglado.
Ha pasado tiempo desde que en el reinado de Felipe II comenzaran a circular las primeras mulas de alquiler de la Villa y Corte. Hace no demasiados años ir en taxi era de ricos. Tiene razón Pinker en que nunca hemos vivido mejor. Ahora ir en taxi es de pobres. O de parecer que eres pobre. Un tipo normal.
Una vez, volviendo de una cena en años universitarios cogí un taxi para volver a casa. La perspectiva de género por las calles, ya saben. Qué necesidad tiene una chica de volver de madrugada sola (no borracha) desde el centro a su barrio. Que sí, que tenemos derecho. Le dije a otra que la llevaba, que me pillaba de paso. Y va la tía y me dice: «Mis principios me impiden coger un taxi». Amárrame los pavos, mis principios siempre me han impedido evitar el peligro. Aunque fuera desclasándome, que nunca he sabido qué significa. Por suerte, ahora coger un taxi es kosher para la izquierda. Aunque sea de mentirijilla. Aunque sea solo la puntita.
ELa política es impostura, pero está feo llegar en taxi y volver con chófer