Catorce años necesitó González para ejecutar los ‘avances’ que Aznar consolidó en ocho
AHORA la monserguita sistémica consiste en repetir que la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid precipita un ‘cambio de ciclo’ en la política española. Pablo Casado se ha subido a esa moto, con el ímpetu propio del hombre impaciente y acelerado que siempre ha sido; pero es lógico que un hombre que aprobó la mitad de la carrera en un solo curso tenga tanta urgencia. Esta ansiedad cagaprisas de Pablo Casado ya quedó retratada la noche de la victoria de Ayuso, cuando usurpó el turno de palabra a la vencedora en el balcón de Génova, con una avidez de protagonismo que daba un poquito de alipori.
Balmes nos enseña que la misión primordial de los partidos «de instinto moderado y sistema conservador» no es otra sino conservar «los intereses creados de una revolución consumada y reconocida»; de este modo se tornan más útiles para la revolución que los mismos partidos revolucionarios, a quienes corresponde la misión de ‘avanzar’ en la agenda revolucionaria, para que luego los partidos conservadores consoliden dichos avances. Pero los ‘avances’ revolucionarios necesitan cada vez menos tiempo para desencadenarse; y menos aún para consolidarse. En esta fase acelerada de la revolución, los pueblos que han renegado de su tradición se convierten en una papilla desguarnecida y estólida en la que cada vez resulta más sencillo perpetrar esos «reajustes necesarios en el género de vida» que reclamaba Walter Lippman.
Catorce años necesitó González para ejecutar los ‘avances’ que Aznar consolidó en ocho. Luego vino Zapatero, que se bastó con ocho para seguir profundizando en los ‘avances’, que Rajoy normalizó en apenas seis. Si el doctor Sánchez logró completar su tesis de doctorado en apenas un segundo (el tiempo que tardó en firmar el bodrio que otros le habían aliñado), ¿por qué habría de necesitar más de cuatro años en completar todos los ‘avances’ que garantizan «los intereses creados de una revolución consumada y reconocida»? Menos de dos años le han bastado para entronizar la eutanasia y aniquilar los últimos vestigios de la patria potestad, para oficializar los delirios de ‘género’ y santificar la ‘memoria histórica’, convirtiéndola en ‘memoria democrática’. Menos de dos años le han bastado para arrasar los jirones del tejido productivo nacional. Y en el tiempo que le reste aún podrá impulsar nuevas reformas que consagren el sopicaldo penevulvar desde la más tierna infancia, aún podrá asegurarse con las ayudas europeas la creación de una red clientelar y parasitaria. Todo ello, naturalmente, dejando a los conservadores que vengan detrás un saco de patatas calientes, empezando por el lío catalán y terminando por una reforma fiscal confiscatoria que estrangulará la economía nacional.
Todos estos ‘avances’ velocísimos perpetrados por Sánchez, al socaire de la plaga coronavírica, están pidiendo a gritos un partido que los ‘conserve’. En esta fase acelerada de la revolución, nadie mejor que un hombre acelerado como Pablo Casado para acaudillar este ‘cambio de ciclo’.