La conspiración de la felicidad
El poeta y novelista jerezano, premio Cervantes en 2012 y una de las voces más hermosas de la literatura española, falleció ayer en Madrid
do del flamenco al fondo y las múltiples caras del barroco, se sumergió en esa memoria cultural para crear o recrear eso tan importante en el arte árabe: que la forma es un elemento indagador, un símbolo para explicar el vacío, el laberinto, la paradoja o la tensión en los que se sustenta el espejismo de lo que llamamos realidad. Una forma de concebir la palabra que ni siquiera pasó desapercibida para Gerardo Diego cuando reseñó ‘Las adivinaciones’ (1952), su primer libro de poemas.
Desobediente
La gran literatura, dijo Caballero Bonald, está escrita por desobedientes. Él homenajeó y profanó los cánones de su tiempo, se alimentó de Aleixandre, de Cernuda o del existencialismo en libros como ‘Anteo’ (1956) o ‘Pliegos de cordel’ (1963) pero buscó los espacios del laberinto y la insumisión en libros centrales como ‘Descrédito del héroe’ (1977), ‘Laberinto de Fortuna’ (1984) o ‘Desaprendizajes’ (2015). Cuestionó el lenguaje dado porque era una forma de cuestionar la realidad establecida, intentó corregir las erratas de su biografía en volúmenes como ‘La novela de la memoria’ (2010) o ‘Examen de ingenios’ (2017). Fue lúcido y disidente e hizo de la incertidumbre un lenguaje de belleza. En su belleza mestiza estaba la luminosidad hermética de Góngora y el caricaturismo negro español. Lo recuerdo, colgado del brazo, hablarme de que la vida para él siempre había sido un desafío, una aventura apasionante, solo comprensible cuando se probaban sus frutos: unas horas de amor, una noche de bares, la escritura de un poema. Es decir, la conspiración de la felicidad.