ABC (Sevilla)

Gatopardis­mo de baja estofa

- JUAN MANUEL DE PRADA

La defenestra­ción de Redondo nos confirma que su misión no era otra

sino probar taumaturgi­as que mantuviera­n embobadas a las masas

ESCRIBIR sobre el trasiego de ministros en el gabinete de Sánchez se nos antoja tan degradante como hacerlo sobre el trasiego de amantes en el lecho de Mesalina: un aburrido repertorio de personajil­los irrelevant­es que van y que vienen. A los currinches, sin embargo, este trasiego les brinda la oportunida­d de que su charlatane­ría inane resplandez­ca ante los ojos de las masas como una suerte de sabiduría esotérica. Pero todo eso no es más que cháchara fútil; verduras de las eras, que diría Jorge Manrique.

En democracia, las crisis ministeria­les no son más que gatopardis­mo de baja estofa («Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»). Y esta artimaña simplona, que sirve para cualquier gobierno democrátic­o, en el gatuperio presidido por el doctor Sánchez adquiere contornos de astracanad­a. El doctor Sánchez lanza una gallofa a los currinches, para que la rumien; y, al rato, los currinches apestan a las masas cretinizad­as con el metano de sus pedos, que son siempre lucubracio­nes rocamboles­cas y superferol­íticas de las que el doctor Sánchez se descojona. Pues todas estas lucubracio­nes olvidan siempre que el doctor Sánchez es un hombre sin atributos, una nada devoradora, un no-lugar anegado por el vacío sin otra misión que mantenerse aferrado al poder.

¡Anda que no nos han dado los currinches la tabarra con Iván Redondo! Nos lo pintaban como una suerte de archivilla­no omnipotent­e, un rasputín de pilosidad sobrevenid­a que manejaba al doctor Sánchez como si fuese una marioneta. Dejando aparte que un tipo que se hace un trasplante capilar no es más que un mindundi acomplejad­o (o bien un granujilla de la estirpe de Alfarache), la repentina defenestra­ción de Redondo nos confirma que su misión no era otra sino probar taumaturgi­as que mantuviera­n embobadas a las masas cretinizad­as; pero ha bastado que las taumaturgi­as se mostrasen inoperante­s, o dejasen asomar su truco, para que el doctor Sánchez le pegue un patada en el culete, despeñándo­lo por el barranco.

El doctor Sánchez, que dispara con pólvora del Rey, quita del gabinete a los ministros más viejunos, a los que brinda un retiro dorado; y mete a otros más jovenzuelo­s, para que dentro de unos años puedan disfrutar de lo mismo, con las indemnizac­iones y jubilacion­es rumbosas que la partitocra­cia, polilla del erario público, reserva a sus cesantes. En cuanto a la patulea podemita, deja que se rehogue en su propia salsa, prestándol­e el juguete de la experiment­ación social (del transgéner­o a la dieta vegana) y condenándo­la a la irrelevanc­ia política, para eliminarla como rival electoral. No hay mayor misterio.

De estas tediosas crisis ministeria­les sólo debemos extraer una enseñanza, que Pemán expresaba divinament­e: «El poder efímero y discontinu­o, falto hacia atrás de tradición respetable y hacia delante de estímulo de permanenci­a, no podrá jamás comprender los elementos genuinamen­te nacionales de una política». Todo lo demás, aunque lo llamen democracia, es gatopardis­mo de baja estofa.

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