ABC (Sevilla)

Las crisis continenta­les ponen a prueba a Biden

El presidente de EE.UU. se ha estrenado improvisan­do en su política hacia América, centrado en la crisis migratoria hasta que han estallado Haití, Nicaragua y Colombia

- D. ALANDETE WASHINGTON

estas sanciones y dejar de dañar al pueblo venezolano y su Gobierno legítimo y democrátic­amente elegido». Las últimas elecciones organizada­s por Maduro tanto para la presidenci­a como para el legislativ­o han estado plagadas de irregulari­dades, según han denunciado los organismos internacio­nales, incluida la OEA.

Crítica al intervenci­onismo

En 2019 Ocasio-Cortez se negó a condenar a Maduro tras ser preguntada por la prensa. «En general me opongo al intervenci­onismo norteameri­cano como principio, pero en particular bajo esta Administra­ción… Es una profunda equivocaci­ón», dijo.

Los demócratas tienen hoy una mayoría exigua en el Capitolio. En el Senado sólo disponen de un voto, y en la Cámara de Representa­ntes, donde tiene escaño Ocasio-Cortez, siete votos de un total de 435. Cualquier escaño tiene en este contexto una influencia y un poder desmedidos, ya que se requiere la disciplina de voto más que nunca.

La Administra­ción de Joe Biden no ha formulado todavía una política coherente hacia Venezuela, tras años de sanciones acumuladas de Trump. Lo máximo que ha hecho esta Administra­ción es ofrecerle a Maduro una revisión del régimen de sanciones si acepta convocar unas elecciones totalmente libres, algo que Washington hizo con un comunicado conjunto con Canadá y la Unión Europea. Las elecciones regionales de finales de año las observan de momento Rusia y Turquía. l presidente Biden se dispone a cumplir los seis meses en el cargo sin haber formulado una política coherente hacia América. De momento, la única prioridad de su equipo ha sido supeditar las relaciones exteriores en el continente americano a una emergencia nacional: la de los indocument­ados que han cruzado la frontera, incluidos los menores en solitario. Eso explica que prácticame­nte toda la atención de la Casa Blanca se haya centrado en México y el llamado triángulo norte: Guatemala, Honduras y El Salvador. Las crisis, sin embargo, le han estallado a la Casa Blanca en otros frentes, y Biden no se decide a tomar la iniciativa en ninguna de ellas.

La más acuciante, por ser la más reciente, es la del asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, por el que la Policía detuvo a 18 colombiano­s y dos estadounid­enses. El sábado, el Pentágono confirmó haber recibido una solicitud de «asistencia de seguridad». La Casa Blanca filtró que de momento descarta el envío de tropas, pero un Haití fuera de control puede suponer una grave crisis de refugiados. Justo le estalla esta crisis a Biden en el Caribe cuando está tratando de justificar la necesidad de devolver a las tropas a casa desde Afganistán, tras dos décadas de intervenci­ón armada. Lo cierto es que la crisis en Haití ha explotado pero no ha sido en realidad una gran sorpresa: las protestas contra el autoritari­smo de Moïse crecían en frecuencia e intensidad, aunque tanto la Casa Blanca como la OEA decidieron mantenerse al margen y apoyar al presidente asesinado. Biden prefirió mantenerse a distancia, hasta que esta semana el asesinato se convirtió en prioridad absoluta, más con estadounid­enses implicados.

El mismo patrón se ha repetido en la alarmante deriva autoritari­a de Daniel Ortega en Nicaragua, el segundo país más pobre de América después de Haití. Los recientes arrestos de opositores y periodista­s han obligado a la Administra­ción Biden a reaccionar, pero siempre a la defensiva. Ha aprobado sanciones y ha tildado de Ortega de dictador, pero este no se ha inmutado. Biden debe decidir si deja a Ortega seguir haciendo, u opta por otras medidas, como la expulsión de

Elos tratados de comercio, tal y como le han aconsejado varios senadores republican­os y demócratas en una reciente carta abierta. El problema para Biden es que este aumento de la represión en Nicaragua también tendrá un efecto sobre la emigración, y probableme­nte aumente el número de indocument­ados de ese país que cruzan irregularm­ente la frontera de EE.UU.

Viejas rencillas

Biden también hizo algo inédito en sus primeros meses en la presidenci­a: ignorar al Gobierno de Colombia, su más fiel aliado en la región, colaborado­r crucial en la lucha contra el narcotráfi­co. Había viejas rencillas por el apoyo del uribismo, en el poder, a Trump, y la Casa Blanca filtró a medios en EE.UU. que estudiaba incluso reducir el monto de las ayudas de seguridad que cada año envía a Bogotá.

Sin embargo, las protestas contra Iván Duque cambiaron el cálculo. El país, que pasó de ser un Estado casi fallido a desarrolla­r unas institucio­nes más fuertes y una economía robusta, se precipitab­a al caos. El helicópter­o del presidente Iván Duque sufrió un ataque. Biden rompió su silencio con su homólogo colombiano y le llamó el 28 de junio –se estrenó en el cargo el 20 de enero– para tener que afirmar su compromiso con Colombia.

En todas estas crisis, la Casa Blanca ha tenido que improvisar. Y lo deberá seguir haciendo mientras no se detenga y formule una política coherente hacia todo el continente. Para ello, sin embargo, debe tener un sólido equipo que cubra ese área en el departamen­to de Estado, algo que ha quedado encallado en el Senado por decisión de algunos demócratas, que creen que otros asuntos son más prioritari­os.

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// EFE Un ‘parking’ en llamas durante las protestas en la ciudad colombiana de Popayán, en mayo
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// AFP El dictador nicaragüen­se Daniel Ortega, en un aniversari­o sandinista en Managua

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