Que paguen ellos
EEn el altar de ese sacrificio, Sánchez renace virgen. Y todo mal cae sobre los defenestrados
SCUCHO al Dr. Sánchez anunciar que decapita a todos sus subordinados. Me viene algo a la memoria. Tomo de la biblioteca el volumen de novelas de Dashiell Hammett. Busco ‘El Halcón Maltés’. Y, en él, un diálogo. Hammett es maestro supremo en ese arte del cruce de floretes. Que matan.
Lo protagoniza Sam Spade, detective que atesora cinismo como atesora bofetadas. Frente a él, el rebosante gánster Kasper Gutman. Está en juego una historia, para Spade triste; cargada de ambición para el otro: la busca de un legendario halcón de oro y diamantes, regalo del Emperador Carlos V a la Orden de Malta. Gutman tiene un guardaespaldas, Wilmer, hampón de baja estofa, que lo obedece con fidelidad perruna: «Es para mí como un hijo», suele repetir el gordo. A Spade, en la partida, le han asesinado a un socio con cuya mujer andaba él desganadamente liado. Y hay –¿cómo no?– una chica peligrosa de por medio.
La partida ha sido pésimamente jugada. Pero hay una posibilidad de salir airosos: que uno solo pague por las pifias. Sin eso, todos a presidio. Spade
señala a Wilmer: es el tonto del lance. Gutman vuelve a su tópico usual: «Abrigo hacia Wilmer exactamente los mismos sentimientos que abrigaría hacia un hijo». Se entabla el duelo verbal. Y el gordo acaba por dirigirse, cariñoso, al matoncillo: «Vamos, Wilmer, estoy verdaderamente desolado de perderte y quiero que sepas que no tendría mayor afecto hacia ti si fueras mi propio hijo… Pero…, ¡qué le vamos a hacer…! Si uno pierde un hijo, puede tener otro… Halcón Maltés, no hay más que uno».
Alguien debe pagar las pifias. Sencillo e inexorable. Cuando las cosas se descacharran, hay que amputar. Al gánster como al político: en idéntica medida. Los platos rotos se pagan; mejor que los pague otro. Y ese pago será tanto más creíble cuanto mayor sea su cercanía al jefe. «Como un hijo», el Wilmer que Gutman se aviene a entregar a la Policía. Como más que hijos, los sacrificados Calvo, Ábalos o Redondo. Salvado al precio de sus cadáveres, Pedro Sánchez. No es nuevo: González lo hizo con Barrionuevo.
Eran hijos muy queridos. Pero Moncloa, como Halcón Maltés, no hay más que una. Y los hijos proliferan por los sótanos del partido. En el altar de ese sacrificio, Sánchez renace virgen. Y todo mal cae sobre los defenestrados. Tirado por la borda el lastre de cadáveres, el presidente podrá acometer su proyecto: gobernar sin gobierno. Es una vieja utopía totalitaria. Puede ser que hasta le funcione.
Los de Irene Montero, que no han entendido nada, se lo ponen fácil. Se atornillan a sus cargos: tampoco tienen otra cosa. Pero, al no conseguir cortar cabeza de turco alguna, puede que acabe por ser la organización la decapitada. Es el cálculo de Sánchez: zamparse a su boquiabierta clientela y barrerlos. En realidad, se barren ellos solos. Son así de generosos estos chicos.