ABC (Sevilla)

Portugal

La canción de María la Portuguesa sigue allá lejos, en la lejana voz de Carlos Cano, sepia ya de tan vieja, que esa copla nació vieja y envejeció más apenas le dio el aire

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

ERES incapaz de andar estas tierras sin que en tu memoria suene una canción triste, honda, trágica. Como si las cenizas de su canto las hubiesen echado a voleo por estos aires de frontera, la voz de Carlos Cano vuela como andaluza gaviota herida de fado con acento andaluz, y otra vez «…de Ayamonte hasta Villareal, / sin rumbo por el río, / entre suspiros, / una canción viene y va…» Buscas a María en los rostros tristes de las muchachas portuguesa­s a cuyos ojos asoma la luz de una pasión arrancada a dolor, que el aire de aquí sabe que «…María es la alegría, / y es la agonía / que tiene el sur.» Como sabe que «…en las playas de Isla / se perdieron los dos. / Donde rompen las olas, / besó su boca / y se entregó.»

Andas por Villareal y te parece que vuelves a andar por Salta. La gente del norte de Argentina y la gente del sur de Portugal no tienen perfiles hermanos, pero algunas construcci­ones sí lo tienen, y por el perfil de los edificios, por la luz, por la sencillez, por la generosida­d de los dos pueblos, te sientes entre hermanos. Siempre que viniste a Portugal volviste con parte de su alma, que si el fado, que si el mar, que si las ciudades, que si el paisaje, que si el vino, que si el pan… El pan. Portugal te acoge como la cocina primera: bacalao dorado, arroces, guisos que tienen una madre dentro. Y vino. Y pan. El buen pan portugués es la mejor compañía en la mesa. Olerlo es ya un placer; catarlo, placer redoblado. Andas por Villarreal y parece que andas por tu viejo pueblo. En esta parte del sur, así en la parte española como en la portuguesa, hay una sencillez que lleva medio siglo sin cumplir años. Gente amable, gente de faena diaria en los minifundio­s del mar y de la tierra; gente que vive de unos bivalvos, de unos tomates, de unos boquerones, de unas frutas. Ferretería­s y tiendas textiles que si las miraras en blanco y negro serían las mismas de tu niñez. Hay en el sur de la península –tan hermano en tantas cosas– parte de una vida que no caminó al paso de los tiempos de la prisa. Por eso, ahí, en esos dos mundos que son el mismo -Isla, Ayamonte, Villarreal-, la canción de María la Portuguesa sigue allá lejos, en la lejana voz de Carlos Cano, sepia ya de tan vieja, que esa copla nació vieja y envejeció más apenas le dio el aire. Y sigue doliendo, llena de apasionada­s y hermosas heridas de frontera. «¿Dónde bebe vinho amargo? / Por qué canta con tristeza? / ¿Por qué esos ojos cerrados? / Por un amor desgraciad­o. / Por eso canta, por eso pena…» Te enamora esta serena tristeza portuguesa cuya causa ignoras; la haces tuya, porque es un gustoso dolor. Un gusto dolor de fado, por algo que no sabes si «porque se fue por el río» o si «porque se fue con la sombra...»

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