Vuelve Wes Anderson, el gran clonador de películas
‘La crónica francesa’, con un elenco de lujo, era una de las favoritas a la Palma de Oro
deber. En España, cuando no estás conforme con algo, sales a la calle y te manifiestas. Y cambias las cosas. Hemos cambiado hasta un Gobierno en España con una manifestación. El poder del pueblo, sin violencia, siempre llega a buen puerto.
—Debe ser emocionante ver que ‘Patria y vida’ suena en todas las protestas.
—Todos los grandes movimientos de protesta empiezan por el arte. El arte tiene mucha importancia en el transcurso, en la vida de los países. En España también ha habido canciones cruciales en muchos momentos de cambio, en los momentos de luchar contra el mal y abogar por el bien. Por eso el arte ha sido perseguido en todas las dictaduras. Mis compañeros y yo estamos contentos de que ‘Patria y vida’ sea no un arma, sino un escudo para el pueblo cubano.
—¿Por qué Yotuel está haciendo esto, poniéndose en la diana de la dictadura? ¿Tiene miedo?
—En su pregunta está la respuesta. Quiero que pedir libertad no suponga tener miedo. Que no sea un acto de heroísmo. Tiene que ser lo normal. Hay muchos artistas que podemos incidir en el debate haciendo que la causa sea honesta.
Wes Anderson es un cineasta muy respetado, que hace un cine propio, singular, y que tiene gran cantidad de seguidores que aprecian y disfrutan de su sentido del humor y su imaginativa manera de poner en escena sus historias. Y hay, como es natural, quienes piensan que se repite más que las sardinas en escabeche y que para encontrarle la gracia hay que entrar en su cine con lamparilla de minero. Presentaba en el Festival ‘The French Dispatch’, o ‘La crónica francesa’, con la intención de ganar la Palma de Oro, algo a lo que ya aspiraba el año pasado porque era una de las películas anunciadas en la edición del 2020, que no se celebró.
En su arranque, la película quiere hacernos creer que es una de Jacques Tati, y su primera secuencia o está copiada o es un homenaje a ‘Mon oncle’, pero no tarda más que un par de minutos en convertirse en otra más de Wes Anderson, con lo que quienes encontraran la risa en ‘El Gran Hotel Budapest’, o en ‘Viaje a Darjeeling’, o en ‘Life Aquatic’, pueden frotarse las manos con ‘La crónica francesa’ porque se van a reír, y ellos sabrán por qué.
El universo Anderson se instala en un periódico que dirige Bill Murray, una voz en ‘off’ nos cuenta su historia, su elenco de redactores y su estilo periodístico; la trama consiste en visualizar unas cuantas crónicas, leídas y filmadas, sobre asuntos cuyo interés es tan débil que hay que encontrárselo en la cantidad de estrellas que las protagonizan: trabajar para Wes Anderson aunque sea un par de minutos debe de ser lo último de lo último. Benicio del Toro (quizá lo único potable de la película), Frances McDormand, por supuesto Tilda Swinton, Owen Wilson, Saorise Ronan, el niñato Chalamet, Christoph Waltz, Kate Winslet, Elisabeth Moss, Edward Norton, Léa Seydoux, Mathieu Amalric… Todos ellos, y más, empastados contra ese cine de paneles y decorados, a veces en blanco y negro, a veces en ese colorido de tienda de chuches que tan bien consigue.
Tal vez haya en la pretensión de Anderson una especie de elogio al viejo periodismo, aunque se deje ver lo mismo que el Yeti, pero lo más probable es que no haya nada más que un interés por la construcción, por la puesta en escena, paneles que se corren y descorren, y por meter en ella a su ‘troupe’ de estrellas, cada vez más amplia y satisfecha. Total, que más vale ir acostumbrándose al ‘toque Wes’, aunque sea una lata, porque ya está rodando otra, y en España, en Chinchón.
Los que no encontraran nada de nada en ‘La crónica francesa’, lo tuvieron mal ayer porque la otra película en competición era una rusa, ‘La fiebre de Petrov’, de Kirill Serebrennikov, a la que resultaba más difícil entrar que aquí a ver una película sin tu test Covid recién hecho. El caso es que Serebrennikov parecía un disparo seguro (presentó hace tres años ‘Leto’, un interesante dibujo del rock ruso de los
Una docena de estrellas de Hollywood se apuntan al juego de Anderson, aunque muchas apenas tienen unos minutos en pantalla
ochenta), pero resultó un disparo al aire. No consigue el menor impacto ni fijación de la trama, de los personajes y de su desarrollo dramático, que ocurre en un espacio metafórico y distorsionado tal vez por esa fiebre del protagonista, un dibujante de cómics que tose constantemente y que se mueve como una bola de pinball.
Como gran parte del cine ruso actual, encuentra su motivación en hacer un dibujo, generalmente abstracto, de la Rusia postsoviética, lo cual seguro que resulta gratificante para la intimidad del artista y su necesidad de entender y hacer entender su mundo, pero no deja de ser también una fastidiosa monserga para, sin ir más lejos, un manchego. No se puede decir, hasta el momento, que Thierry Frémaux, el jefazo de Cannes, se haya lucido en su programación; tal vez le empiece a acuciar la necesidad de cambiar sus costumbres y mirar el panorama del cine con otras orejeras. A ver lo que nos queda por ver.