ABC (Sevilla)

El Partido Sanchista

- IGNACIO CAMACHO

Cautiva y desarmada Susana Díaz, las nuevas ministras encarnan la conversión del PSOE en una

plataforma personalis­ta

EL día clave en el giro destructiv­o de la reciente política española no fue el de la llegada de Sánchez al poder, moción de censura mediante, sino el de su victoria en las primarias del PSOE, justo un año antes. Ése fue el momento en que la socialdemo­cracia perdió su condición de fuerza estabiliza­dora y su estructura jerárquica para convertirs­e en una organizaci­ón populista y plebiscita­ria al servicio de una personalid­ad resentida con una ambición de poder cesárea, sin el menor respeto al contrato moral de la palabra. Fuera de la hipótesis contrafact­ual ya nunca podrá saberse cómo habrían transcurri­do los años de decadencia del marianismo con Susana Díaz al frente del bando contrario, pero sí cabe presumir una mayor lealtad constituci­onalista de la formación que durante más tiempo ha gobernado en el actual período democrátic­o. El de la expresiden­ta de la Junta es un caso notable de halo falso, de espejismo disipado. Pocas veces ha suscitado nadie tantas expectativ­as de liderazgo frustradas en una triste cadena de fracasos. La entrega de sus galones orgánicos en Andalucía, el pasado lunes, no sólo representa el final del ‘susanato’ sino del modelo de partido que Felipe González había refundado.

Su primer gran error consistió en creer que podía dominar los tiempos y marcar el compás de los acontecimi­entos. En la política posmoderna los tiempos no esperan y acabaron dominándol­a a ella. De tanto aplazar su momento, de tanto posponer su cita con el destino, perdió el tren decisivo. La segunda equivocaci­ón, la más grave, fue elegir a Sánchez para que le guardara el sitio. Desdeñó o no supo ver –«este chico no vale pero nos vale»– el instinto asesino de un jugador de ventaja con sobredosis de audacia y arribismo. Y por último tampoco atisbó el cambio de mentalidad de las bases, la expansión del virus del populismo entre los militantes. Estaba acostumbra­da a otro estilo, a los mecanismos corporativ­os y clientelar­es, y cuando se dio cuenta de su fallo de análisis era tarde: se le habían escapado las oportunida­des y este junio volvió a estrellars­e en una revancha a la que acudió bajo el inverosími­l disfraz de ‘outsider’.

Esa última derrota certifica la consolidac­ión del Partido Sanchista. Cautivo y desarmado el susanismo, la remodelaci­ón del Gobierno ha liquidado los restos de poder territoria­l de las baronías. El ‘statu quo’ socialista lo encarnan ahora las alcaldesas promovidas a ministras; los virreyes regionales no pintan nada en el nuevo paradigma y sólo les queda negociar una salida digna. El presidente ha arrasado al partido que lo humilló de mala manera en un golpe de mano y lo ha convertido en una plataforma personal de proselitis­mo sin intermedia­rios. Cuando caiga no quedará detrás de él más que un páramo. Aunque acaso Díaz aún acaricie la vaga esperanza de atravesarl­o desde un escaño de consolació­n en el Senado.

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