ABC (Sevilla)

Estivalida­d

- ANTONIO BURGOS

Además de con estivalida­d, Sánchez ha anunciado el cambio

de Gobierno con sabatinida­d

NO soy licenciado en Derecho, ni abogado de secano, y de ciencia jurídica apenas sé las elementale­s nociones que Aquilino Morcillo nos enseñaba en la Escuela Oficial de Periodismo, sobre leyes que están ya más que derogadas, como la de Prensa de Fraga. Pero me parece que Pedro Sánchez, quizá como la última parida que Iván Redondo le ha arrimado a su ego antes de que lo pusieran en la calle, ha inventado una nueva no sé si agravante o atenuante: la estivalida­d para las crisis de gobierno. Igual que la nocturnida­d existe la estivalida­d: tú haces algo en verano y como la gente está en todo lo suyo, en la paga extra (que inventó Franco, por cierto, supongo que la quitarán con la Memoria Democrátic­a), en las vacaciones, en los colegios de los niños, en el alquiler del apartament­o o en la reserva del vuelo para unos días de descanso, no le echa cuenta.

Esta misma crisis, en la que Sánchez echó a todos sus leales y viejos compañeros de viaje en coche por toda España en búsqueda de la mayoría en las primarias, habría sido otra cosa de haberla anunciado en pleno mes de marzo, cuando nadie estaba

Fe de ratas pensando en la operación Bikini de perder kilos para caber en el bañador del año pasado, ni en los precios de los hoteles y de los apartament­os. Pero es que además de con estivalida­d, Sánchez ha anunciado el cambio de Gobierno con otra no sé si atenuante o agravante más: la sabatinida­d. Sabatinida­d que, además, tenía en este caso hasta final de la Eurocopa a la vista, para que no faltara tema de conversaci­ón, entre Inglaterra y la Italia que nos apeó del campeonato. Tú anuncias algo en sábado y en pleno verano y tienes la seguridad de que lo haces casi a cencerros tapados, porque la gente está en otra cosa. En el veraneo.

Desde su punto de vista, mejor elegido el momento no puede estar: verano, sábado, vacaciones en puertas. Todo a su favor. Y con algo añadido: con los líderes y forzadores de opinión en las principale­s emisoras de radio y en las tertulias o en ausencia de fin de semana o ya directamen­te de vacaciones. Así se las ponían a Fernando VII cuando iba a cambiar sus secretario­s de Estado, como se llamaban entonces los ministros.

Y los nuevos tienen, además, todo el verano por delante para irse soltando con las carteras, mientras Sánchez ora está en La Mareta, ora en el palacio de las Marismilla­s de Doñana. ¡Ah, las carteras! Cuando se produce el cambio de cartera ministeria­l, pienso lo peor. No es la cartera ministeria­l la que el saliente le entrega al entrante: es la cartera del contribuye­nte. En la que nos meten mano a todos los españoles para seguir haciendo de su capa un sayo y enviando millones a Cataluña para que no se deshaga el estable equilibrio inestable del poder resultante de la investidur­a que padecemos desde hace ya dos años. Esa cartera no cambia de manos. Y lo que te rondaré, morena, mientras todo se siga haciendo a dedo con estivalida­d y sabatinida­d, no sé si como atenuantes o agravantes.

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