ABC (Sevilla)

Angélica bajo la lluvia

- SALVADOR SOSTRES

SLa prudencia es mejor que

la temeridad cuando uno coquetea ya con los cincuenta

OLA en Dry Martini está una chica muy hermosa y joven que me hace pensar en robar un banco y huir con ella conduciend­o toda la noche por América. Dos días en la vida nunca vienen nada mal. De alguna forma de eso se trata vivir. Voy al baño y cuando me estoy lavando las manos se acerca por detrás y me pregunta si soy Sostres y si veinte años es ya mayor para mí. Lo dice por el vídeo de Telemadrid. Le intento explicar algo pero enseguida me toma la cabeza, me acaricia y me besa. Muy dulcemente me besa y recuerdo que Valentí Puig se despertó una mañana con una chica también muy bella en su cama, a la que no conocía de nada, «y a mi edad y con mi aspecto, lo primero que le pregunté es cuánto le debía».

Yo no me atrevo a preguntar, por no ofenderla, pero lo pienso. Ni en España existen las casualidad­es, ni yo tengo problemas con mi espejo. Me dice que se llama Angélica. Tiene algo de inocente, algo de trágico, algo de perverso. Se nos une una amiga con la que Angélica había quedado, una amiga más prosaica y descifrabl­e, y cuando me pregunta dónde está el baño, la acompaño y también me besa y ya sin rubor le hago la pregunta de qué esperan a cambio. Me dice que no es esto y que me conocen y me leen desde hace tiempo. Entonces pienso que alguien me ha tendido una trampa, y salgo del baño mitad incendiado, mitad circunspec­to. La amiga está bien, pero a mí me gusta Angélica. Vuelvo a hablar con ella, volvemos a besarnos, salimos como a fumar pero es a besarnos todavía más. Y pienso que seguro que es una trampa, pero es tan dulce conmigo, y tan bella, y se entrega con tal pasión y suavidad a cada uno de los besos, de nuestros besos, que decido alargar el instante, como si ya hubiéramos atracado el banco y estuviéram­os atravesand­o a toda velocidad la noche en América. Nos vamos del Dry y llueve y Angélica bajo la lluvia sube a mi taxi y yo no tengo fuerzas para decirle que se vaya, e inclina su cuerpo sobre el mío y yo por primera vez desde los Juegos me siento suave, que no peso, tan dulce como ella. Cuando amanece y se va, entre la resaca y el cansancio de no haber dormido nada, pienso que la trampa va a consumarse y que es cuestión de minutos que los Mossos acudan a buscarme. Pero todo lo que llega es un mensaje suyo de gratitud por la velada, cancelando cualquier posibilida­d de denuncia o de chantaje.

La prudencia es mejor que la temeridad cuando uno coquetea ya con los cincuenta. Pero vino Angélica con todo su amor, y su entero jardín de flores, y yo sólo supe acusarla, aunque en silencio, primero de prostituta y luego de delincuent­e. Hasta que llegó su mensaje, fue cierto el temor de la mañana siguiente. Ser realista está bien, y conocer las propias limitacion­es. Pero no es inteligenc­ia sino complejo que yo piense que ella no puede amarme y ella sienta que sí. Los que más seguros parecemos somos los que más llenos estamos de agujeros. Tanto escribir sobre mí para acabar insultando a la exacta hermosura que tanto esperaba que por fin me entendiera.

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