El último guardián de los valores que representa el golf
—En el día a día familiar no ha cambiado nada, sigo siendo muy hogareño y estoy en casa con Kepa, ayudo a Kelly… No puedo hacer mucho más que cambiar pañales e intentar que se duerma, porque lo demás lo hace todo ella. Pero sobre todo me encanta pasar el tiempo con él, egoístamente es por mí. Disfruto mucho teniéndole en brazos.
MIGUEL ÁNGEL BARBERO l golf cuenta con una historia centenaria y ha gozado de grandes defensores a lo largo del tiempo. Gente que, con gran devoción, entendió que había que perpetuar en el tiempo sus valores para que cada vez más personas pudieran disfrutar de ellos.
Hasta el último tercio del siglo XX se habían seguido los cánones clásicos derivados de la caballerosidad y deportividad británicas, pero fue con la llegada de la televisión cuando el golf dio un vuelco total a su difusión. En cuanto los grandes torneos ocuparon las pantallas se dispararon el número de aficionados y apareció la primera gran estrella internacional del mundo del deporte, Arnold Palmer. Escoltado por sus partidarios (’el ejército de Arnie’), popularizó este deporte junto a Jack Nicklaus y Gary Player, y creó la empresa de representación deportiva IMG, hoy en día la más importante del sector.
Sin embargo, de los tres reyes del golf, el que más entendió la importancia de la globalización (sesenta años antes de que el término se pusiera tan de moda) fue Player. El mito surafricano reconoce, cada vez que se le pone un micrófono delante, que «soy la persona que más vueltas al mundo ha dado, muchas más que los papas o cualquier presidente. Siempre me ha gustado competir y diseñar campos en todos los países. En cuantas más partes enseñemos lo que es el golf, creemos escuelas y expliquemos los valores de este deporte, a más gente podremos tener interesada en él».
Pero esa idea de embajador mundial del golf no dejaba de ser una excentricidad más de Gary (como la de ser un devoto de la preparación física, algo entonces también chocante). Hacía falta concretar ese mandato con un título que así lo certificase. Y aunque no se llegó a plasmar por escrito, la creación del ranking mundial de golf fue un gran paso para ello.
Corría el año 1986 y las estrellas se peleaban por atacar el cetro mundial, con la suerte de que dos de los primeros hombres que lo alcanzaron (Greg Norman y Seve Ballesteros) estuvieron tres años alternándose en la cabeza y, al ser jugadores con mentalidad
Einternacional, llevaron esa rivalidad por todo el planeta. De esta manera pudieron cumplir con lo que el cántabro siempre deseó para su país (que se empezara a ver el golf como un deporte normal) y lo que el australiano todavía sigue predicando hoy en día. «Tenemos unos valores maravillosos de compañerismo, buenas maneras, deportividad y respeto por el medio ambiente que hay que transmitir a los demás; y hay un potencial inimaginable de personas a quienes contárselo», comenta ‘El Tiburón’, quien sigue sintiéndose embajador del golf aunque no ocupe el trono desde hace décadas.
Las nuevas generaciones
Desgraciadamente, la llegada de Tiger Woods a finales de los 90 acabó con esta filosofía. El negocio se convirtió en su centro de actuación y sus contadas salidas fuera de los Estados Unidos tenían que estar acompañadas por fuertes desembolsos económicos de los patrocinadores. Con lo que la labor de ‘apostolado’ cayó en el olvido.
Hasta que, de repente, apareció en el mundillo un bicho raro, un último romántico dispuesto a darle al golf más de lo que pueda recibir de él. «Soy consciente de que si hoy estoy aquí es porque antes ha habido gente que lo ha hecho posible; y voy a tratar de que los que vengan detrás puedan encontrarse las cosas mejor de lo que las recibí yo». Palabra de Jon Rahm.
Parece increíble que quien así se manifiesta tenga solo 26 años, pero, en vista de la madurez que rezuma, y del poso que le ha dado verse como número uno del ranking, hay que aplaudirle. «No es cuestión de tener más o menos talento, sino de saber el legado que se quiere dejar a las siguientes generaciones», prosigue Rahm, en una demostración palpable de que su cabeza va varias jugadas por delante, como si de un ajedrecista se tratara. No es propio que las estrellas actuales piensen más allá de su propio beneficio, por eso algunas se permiten el lujo de renunciar a jugar en Tokio, donde se evaluará el futuro del golf en el programa olímpico, clave para su desarrollo. No es el caso de Jon, que luchará por el oro con una motivación especial. «Me apetece ganar en chándal», remata con sorna. Genio y figura.