El cielo de Madrid
Su subsistema de delirio funciona y la libertad de Madrid ya es como su cielo
LA armonía entre las administraciones es innegable. El Gobierno se procuró un estado de alarma a medida durante meses, y eso ha resultado perfectamente compatible con que las comunidades autónomas declaren sus propios toques de queda. Ahí está Ximo Puig, por ejemplo, como Jaume I, limitando los derechos fundamentales de la gente, además de los lingüísticos.
Faltaban los ayuntamientos, pero hay Estado de derecho para todos, no hay razón para que se sientan menos, y los alcaldes se han dotado de drones ‘persiguebotellones’.
Almeida cuenta con una flotilla de ingenios tecnológicos que ‘apatrullan’ la ciudad mientras el contribuyente decente duerme con su mascarilla dobladita en el recibidor. Los drones de Almeida no son como los de Obama, solo realizan labores vigilantes, aunque alguno podría acercarse y decir eso de «caballero, la mascarilla».
Las videocámaras en cada esquina han resultado ser insuficientes porque el ciudadano es dinámico, granujilla, y se necesita un ojo que vaya y venga, fisgando cenitalmente. El objetivo final son los botellones, gran enemigo nacional, la pura subversión. Botellón es una forma de llamar al derecho de reunirse: un grupo de chavales charlando, camelando como ellos camelan. Se les tiene por inconscientes, pero a lo mejor es que no ven los telediarios o, simplemente, actúan según un riesgo distinto. Se les ha intentado concienciar, pero tira más el perreo y ahora se recurre al triste expediente coercitivo.
Ayuso dijo que somos el kilómetro cero de la libertad. Lo dijo en relación con Cuba, así que hay que suponer que se refería al planeta, que Madrid es kilómetro cero de la libertad del mundo.
Lo bueno es que Madrid puede serlo sin renunciar a nada. Por ejemplo, puede tener su televisión autonómica, su propaganda de género y su oficina lingüística, y a nivel municipal un Madrid Central y un alcalde con drones. Su subsistema de delirio funciona y la libertad de Madrid ya es como su cielo. No la pintó Velázquez, pero ahí está, inefable y azul, aunque de vez en cuando zumbe algún dron.