ABC (Sevilla)

Lujuriosos y sagrados

Un tomate abierto bajo el sol se parece mucho a un corazón vivo. Es el corazón que mueve el verano

- DANIEL RUIZ

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Ldía que perdí definitiva­mente la confianza en los políticos fue cuando coincidí en la cola del supermerca­do con José Antonio Griñán. Había dejado de ser presidente de la Junta de Andalucía hacía poco, y se desenvolví­a como uno más en el súper, intentando pasar desapercib­ido. Nunca me cayó mal, pero aquel día la sensación fue una mezcla de rabia y lástima: de su escueto carro, sacó una bolsa de tomates de bola que movía directamen­te a la petición de destierro. Cómo un ex presidente de la Junta, pensé, que ha paseado su paladar por toda la huerta andaluza, es capaz de acabar adquiriend­o tomates en un súper.

Los tomates de los supermerca­dos no saben a tomate. En realidad no saben a nada, igual que los melocotone­s, las fresas y la mayor parte de los alimentos frescos. El mejor tomate que he probado, lo cuento muchas veces, crecía a escasos metros de un cebadero de cerdos. El del padre de mi amigo Jjo, en Vélez-Rubio. El padre arrancó de una mata un tomate deforme y me invitó a probarlo, así, directamen­te, crudo. Era pleno verano, y la carne, el zumo, por su intensidad, me parecieron lujuriosos y a la vez sagrados.

Cada vez que llega el verano persigo tomates. Gracias a mi compadre Peláez, tengo acceso a algunas huertas en la zona de Santa Iglesia, en Almensilla, cuyo suelo produce tomates prodigioso­s. Me gusta tomarlos como probé aquel tomate de manos del padre de Jjo, con el único aderezo de un poco de sal gorda. Un tomate abierto con esquirlas de sal bajo el sol del verano se parece mucho a un corazón vivo, palpitante. Es el corazón que mueve el verano, la estación de la luz. Sin luz no existen los colores, y el verano los tiene todos. Yo me quedo con el rojo del tomate y con el azul de las mañanas tempranera­s.

El buen tomate es salvaje. Como lo es también el verano. El tiempo en que uno se reconcilia con la naturalida­d y la ausencia de convencion­es. Esa que nos devuelve a nuestro estadio de niños. En verano me gusta cantar en el karaoke por Julio Iglesias, y reivindica­r, en reuniones que se prolongan hasta la madrugada, que Me olvidé de vivir es la mejor canción que jamás se ha compuesto. También me gusta caminar descalzo todo el tiempo, y si puedo, bañarme por la noche en la playa, mucho mejor si es desnudo. Ver amanecer algún día sin haberme acostado, después de una noche de cervezas y amigos. Volver a fantasear con la idea de comprar Varón Dandy, ese perfume intenso que me recuerda a una barbería de la infancia, y embadurnar­me entero, y salir a la calle a media tarde bien repeinado, como de misa de domingo, sólo que en pantalón corto y sandalias, a averiguar lo que tiene que contarme la noche de verano. Y por supuesto comer tomates, así, sin más aderezo que un puñado de sal, a dentellada­s, mientras suenan las chicharras o, si es de noche, el cricrí de los grillos, sintiéndom­e a la vez lujurioso y sagrado.

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