∑El aplazamiento de la medicina más amarga que exigen los expertos mantiene en la UCI al organismo que paga las nóminas desde 2011 ∑Todos los países buscan la fórmula para mantener las bondades de sus sistemas
Tras el acuerdo con los agentes sociales, España tiene enfilada ya la primera pata de la reforma del sistema de pensiones, una de las tareas imprescindibles impuestas por Bruselas, aunque antes deberá sortear un complejo camino en el Congreso. Y es que aunque lo acordado se limita a abordar los aspectos más amables de la reforma, como la vinculación de las nóminas al IPC, y deja para la vuelta del verano los más espinosos, incluido el nuevo factor de sostenibilidad, el rechazo que muestran todos los grupos políticos a la propuesta del ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, demuestra que la partida se juega en un terreno de arenas movedizas.
El sistema de pensiones es uno de los elementos fundamentales del modelo de bienestar social ya no español, sino europeo. Y, de hecho, la realidad es que la mayoría de los países deberán afrontar tensiones financieras en un futuro próximo. La diferencia está, no obstante, en la aversión a las reformas que adolece España. Muestra de ello es que, salvo en lo referente a los incentivos al retraso de la jubilación, el acuerdo implica en la práctica volver a la situación que había tras la reforma de 2011. O, dicho de otra forma, la constatación de que se ha perdido una década para asegurar la sostenibilidad de las pensiones.
El continuo aplazamiento de lo que los expertos consideran inevitable se explica porque hablamos de una medicina amarga. Trabajar más años y cobrar menos sueldo es la receta con la que están combatiendo los países industrializados la tendencia al envejecimiento de la población y las reducidas tasas de natalidad. Alemania, Francia, Grecia, España… casi todos han ampliado la edad de jubilación y aumentado los años que se tienen en cuenta para cobrar la pensión.
Aunque los sistemas varían entre países, prácticamente todos buscan fórmulas para mantener la generosidad de sus pensiones, no solo por el obstáculo que supone la transición demográfica, también por el entorno de bajos tipos de interés que está afectando de forma muy negativa a la rentabilidad de muchos planes de pensiones en los países desarrollados.