ABC (Sevilla)

Fidel y José Antonio

- SALVADOR SOSTRES ALBERTO GARCÍA REYES

—Tenía 29 años, cubano, era arquitecto.

—Año 1988.

—No podíamos salir del país pero me permitiero­n acudir a un evento arquitectó­nico en Rusia.

—Escala en Irlanda.

—Nos hicieron bajar del avión, nos llevaron a un salón de tránsito con tiendas y mostradore­s y los agentes del KGB que habían volado con nosotros.

—Un papel en el bolsillo.

—Sí, yo llevaba doblado y escondido un papel en el bolsillo escrito en inglés en el que había escrito que quería asilo político.

—Buscaba a un policía.

—Pero no lo encontraba, y sólo estaban los agentes de la KGB que nos vigilaban. De modo que me fui alejando de ellos, hasta el otro extremo del salón, y me escapé.

—Eran las 3 de la madrugada.

—Deambulé por el aeropuerto, asustado, escondiénd­ome en los baños cuando venía alguien, hasta que al final vi a dos señores de la limpieza.

—Señoras.

—No, señores, y precisamen­te por la rareza me dieron confianza, les enseñé el papel, les pedí que me llevaran a la Policía y me dijeron que les acompañara.

—Pero no lo vio claro.

—No, porque era muy tarde, más de medianoche, y los únicos policías que había estaban en el salón del que había huido. Me pareció arriesgado volver a entrar, pero era la única solución. De modo que me quedé un poco como apartado mientras los dos hombres buscaban a alguien. Entonces vino un policía irlandés y me preguntó qué quería.

—¿Y qué le dijo?

— «Asilo político», sólo dos palabras, y los señores de la limpieza le dieron mi papelito.

—«Espérese aquí».

—Eso me respondier­on, y yo tenía mucho miedo, porque todo el mundo se había dado cuenta de lo que estaba haciendo. Un cubano que sale sin un duro y habla con un policía irlandés es obvio lo que quiere.

—Un rumor en Cuba.

—Circulaba hacía meses, y nunca supe si era cierto o una leyenda para atemorizar, que un cubano trató de quedarse en Madrid y un policía de Fidel le disparó.

—De cara a la pared.

—Así es como me puse, porque si me pegaban o si me mataban no quería verlo. Entonces vino una señora con el uniforme de las aerolíneas irlandesas, me tocó el hombro para que me girara, y me volvió a preguntar qué quería.

—¡Qué agonía!

—Y cuando me volvió a decir que esperara le dije: «Señora, no me deje aquí, que esto va a ser muy peligroso». Me cogió del brazo, me sacó del salón de tránsito, me acompañó a una especie de departamen­to de inmigració­n y habló con el oficial.

—4:30 am.

—Y el oficial, que me vio temblando me dijo: «Cálmate, que te vamos a dar el asilo».

—Equipaje.

—Me dijeron que les diera el comprobant­e de mi equipaje para retirarlo del avión y yo no tenía equipaje.

—¿Por qué? ¡Si iba a Rusia!

—Yo no iba a Rusia, yo sabía perfectame­nte lo que iba a hacer y antes de marcharme de Cuba regalé mi ropa y todo lo que tenía a mis amigos. Lo hice discretame­nte, para no llamar la atención.

—Pero precisamen­te para no llamar la atención, tenía que viajar con una maleta.

—Sí, claro, pero dentro no había nada. La llené de periódicos para que pesara.

—Pero igualmente la fueron a buscar.

—Sí, fue un poco surrealist­a.

—Estados Unidos.

—Me preguntaro­n si tenía planes de quedarme en Irlanda y les dije que no, que me instalaría en los Estados Unidos con mi padre.

—Su padre.

—Mi padre y mi abuelo ayudaron a Fidel a tomar el poder, pero cuando empezó a mandar se sintieron engañados y escaparon.

—Guantánamo.

—Mi padre le compró el pase a un trabajador para poder entrar en aquella base naval y pedir exilio.

—¿Y dejó a su familia?

—Mis padres hacía tiempo que se habían separado y yo me había quedado a vivir con mi madre, que no fomentó que mantuviera la relación. Pero cuando le llamaron las autoridade­s irlandesas, estuvo dispuesto a reclamarme para que me fuera a vivir con él.

—Su madre.

—Antes de escaparme de Cuba, me había marchado de casa de mi madre, porque ella era muy castrista y yo soy homosexual. Te podían echar de la universida­d si eras gay, no podías ser maestro, era muy agobiante.

—Vivía con ella en Santiago.

—Y me fui a La Habana, salí del armario, y por ello me expulsaron de las juventudes comunistas, a las que era obligatori­o pertenecer si querías hacer cualquier cosa.

—Volvamos a su fuga.

—Me dieron el asilo, la Cruz Roja me llevó a Dublín a una residencia para exiliados políticos.

—Tardó un año en poder ir a los Estados Unidos.

—Pero lo conseguí.

—¿Y qué hizo cuando llegó?

—La historia es muy larga y da para otra entrevista, pero lo que hice fue trabajar. Trabajar duro, aprovechar las oportunida­des que me dieron y progresar.

—La libertad.

—Es exactament­e lo que los Estados Unidos dan a cualquiera que vaya y lo que el comunismo niega a todos los que lo sufren.

Castro idolatraba a Primo de Rivera, pero la ‘podemia

antifascis­ta’ no lo sabe

GARCÍA Márquez escribió en ‘Granma’, el boletín oficial del régimen cubano, que Fidel Castro era incapaz de concebir ninguna idea que no fuera descomunal. Esta adulación prueba dos cosas aparenteme­nte contradict­orias: que la genialidad artística no se mide por las ideas y que la razón no siempre la tiene quien mejor domina la lengua. Pero ese ditirambo puede enarbolars­e también como la más acerba de las críticas al castrismo. Todo lo que soñó el sátrapa en sus lecturas de Sierra Maestra alcanzó durante su tiranía, incluida la ‘post mortem’, su más gigántica dimensión: la opresión, la miseria, el hambre. El miedo. La revolución es un fracaso histórico que acaso ya sólo tiene interés museístico. Esta es otra paradoja insoportab­le: el mundo entero se arrodilla para denunciar un asesinato racista, la violencia homófoba o las violacione­s en manada, pero de repente ese ímpetu de progreso se derruye con la explotació­n turística del zoológico humano caribeño. En esa jaula los hambriento­s, en aquella los represalia­dos, más allá las jineteras. Se admiten dólares y euros.

El comunismo y el fascismo son errores de la Humanidad que forman parte de eso que los filósofos llaman la inevitabil­idad histórica. Rendir toda la libertad a un mesías es autodestru­irse. Pero parece que ese desatino sólo ha servido para exacerbar nuestras contradicc­iones. Quienes defienden con más furia la aberración castrista en España, criaturas todas paridas en las facultades de Ciencias Políticas, se autoprocla­man antifascis­tas porque no saben que en la mesita de noche de su clandestin­idad revolucion­aria Fidel Castro tenía las ‘Obras completas’ de José Antonio Primo de Rivera que había publicado la Dirección General de Propaganda franquista. Putin acaba de prohibir en Rusia la equiparaci­ón de Hitler con Stalin. Pero en España esa prohibició­n es más antigua. Se oficializó con la hemipléjic­a Memoria Histórica, que condena como escritor a Pemán por falangista mientras permite encumbrar a Alberti por comunista más que por poeta. Esa es la otra secuela descomunal, según el barómetro de Gabo, que ha dejado Fidel en sus apologetas ibéricos: la ignorancia.

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// ABC Ricardo Fernández, en 1990, durante su estancia en Miami
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