El civismo
Unos y otros, canallas sin escrúpulos, humana basura, acabarán por hacer inhabitable el planeta
E
Sverdad que entonces había menos envases, que con una cesta iban las mujeres a hacer la plaza y con una cesta volvían, y la mercancía, envuelta en papeles de estraza que por la casa se quedaban para segunda utilidad o bien se tiraban al estercolero y allí se convertían en estiércol mismo. Es verdad que llegó el plástico y tres palabras muy dañinas, «envase no retornable». Hasta que llegó el plástico, todas las bebidas requerían la devolución o el pago del casco, ya saben, «te cobro el casco y te devuelvo el dinero cuando me lo traigas»; y también, tiempos en los que estas bebidas, todas en envase de cristal, tenían un precio a su temperatura y otro, más caro, si las queríamos frías.
Quería decir que entonces había muchísimos menos envases y, además, los llamados desperdicios, desde las cáscaras de huevos a las cáscaras de frutas, iban a los corrales donde no faltaba un cochino, unas cabras, unas gallinas. En la escuela, nadie nos inculcó una conciencia ecologista que fuera más allá del respeto a los animales, a los árboles, a las plantas. Las casas desaguaban por caños a la misma calle o a las cunetas, y así, los corrales con animales, vacas, cabras, bestias… Por las calles, había cagajones y cagarrutas que se llevaban varios días y a veces meses, hasta que las aguas los arrastraban. Pero los pinares estaban limpios de basura y limpias las orillas del río, limpios de envases los caminos y limpios de nuestras miserias los espacios públicos. Me echo a andar por un camino municipal practicado entre un retamal –y después, unos pinares– y unas dunas asomadas a la limpia arena del mar, y no puedo sentir ni más pena, ni más indignación –ni más desprecio por quienes así actúan– al ver con qué gratuidad, con qué intención contaminadora y con qué olvido de tantos consejos de educación ecologista y con qué indiferencia ante los muchos puntos de recogida de basura, tiran en el mismo camino, entre las retamas o entre los pinos, las sobras de sus botellones, mascarillas, cientos de bolsas de plástico, envases de cristal, plástico, latón. Una asquerosidad, un crimen que va matando poco a poco no sólo el retamal, los pinares o el mismo camino, sino la costa, porque el viento arrastrará al mar mucha de esa basura. Era para poner cámaras cada veinte pasos y, además de denunciar a quienes desprecian los maravillosos espacios públicos, negarles que vuelvan a pisar el paraíso. Es un crimen diario, a todas horas, en las cercanías de muchas playas. A veces hemos pedido ponerle puertas al campo. Incluyamos al mar en esas peticiones. Unos y otros, canallas sin escrúpulos, humana basura, acabarán por hacer inhabitable el planeta. Valiente partida de insensatos…