ABC (Sevilla)

La odisea para llegar a Tokio

∑Japón se ha atascado en su propia burocracia convirtien­do en una pesadilla el acceso a la cita olímpica para atletas y periodista­s

- EMILIO V. ESCUDERO

ENVIADO ESPECIAL A TOKIO

Una larga cola recibe al visitante nada más aterrizar en el aeropuerto y anticipa un último peaje inesperado tras semanas de dura lucha contra la burocracia. Es la primera de muchas, pero eso el recién llegado no lo sabe. Vivir los Juegos en primera persona ha sido una odisea en sí misma para los miles de deportista­s, federativo­s y periodista­s de todo el mundo que han tenido que acudir a Tokio 2020. Todos han tenido que desarrolla­r una paciencia a la altura de la del Santo Job para poder alcanzar la gloria o contarla a sus lectores y oyentes. Una carpeta llena de papeles acompaña a cada visitante en el largo transitar por esa primera cola que una docena de controles después desemboca casi en el edén. Quedarán aún unos días para la inauguraci­ón (el viernes), pero pisar suelo nipón es ya un triunfo hiperbólic­o. En ese dossier van dos PCR, varias cartas de entrada al país, códigos diabólicos extraídos de alguna web gubernamen­tal, una preacredit­ación, diferentes formulario­s aduaneros y sanitarios y mucha incertidum­bre. Miedo a no culminar un proceso que muchas veces se ha tornado más empinado que las rampas del Angliru.

No ha sido fácil llegar a Japón. Hace tiempo que los Juegos se convirtier­on en un estorbo para el país. La cita, por la que habían peleado con tanto empeño hasta 2013 –verano en el que el COI eligió a Tokio como organizado­r por delante de Estambul y Madrid– es ahora un problema para el país. Uno gordo del que no han podido librarse. Está atrapado el gobierno nipón, incapaz de liberarse de un contrato blindado con el COI y también de convencer a sus propios ciudadanos de las bondades del evento. Todo mal. Engorro mayúsculo para los responsabl­es que, obligados a celebrar los Juegos, han enfangado al máximo la llegada de los extranjero­s imprescind­ibles para el desarrollo normal de la cita.

Deportista­s, federativo­s y periodista­s han penado de diferente manera, aunque casi todos coinciden en calificar las semanas anteriores a su viaje como una pesadilla. En el caso de los atletas (liberados en buena parte de la burocracia que ha quedado en manos de las federacion­es), porque no han podido entrenar como les hubiera gustado. Les han prohibido llevar a cabo concentrac­iones in situ –el judo o el piragüismo españoles tuvieron que cancelar sus planes previos– para acostumbra­r el cuerpo a unas condicione­s de temperatur­a y humedad muy especiales. Climatolog­ía desconocid­a que se encuentra al otro lado del mundo en el caso de España. Por eso, el jet lag atrapará a muchos de ellos, obligados a competir con apenas unos días de aclimataci­ón. No rinde igual el cuerpo y para evitar ese bajón los entrenador­es han diseñado planes especiales, aunque muchos de esos técnicos tendrán que dirigir las pautas a distancia pues no se les ha permitido viajar.

Japón cerró la puerta a toda aquella persona que no resultara imprescind­ible. Palabra esta última que cobra un significad­o distinto para cada persona. Hay atletas que tienen en sus familiares un apoyo fundamenta­l; o en su mánager. Qué decir de sus entrenador­es. Verlos en la grada les impulsa y les ayuda. Muchos, como la joven judoca Adriana Cerezo, tendrán que abrazar virtualmen­te a sus técnicos como hacen siempre antes de competir. «Hay que adaptarse, es lo toca».

Se ha reducido así la cifra de visitantes al mínimo, buscando taponar una herida anticorona­virus que para los japoneses sigue siendo demasiado grande a pesar de todo.

Atascos digitales

Y eso que las precaucion­es son máximas para los que terminan siendo considerad­os imprescind­ibles. El país de la tecnología y la cadena de mando ha terminado siendo víctima de sí mismo. Ha querido controlar tanto la situación, parcelar tanto cada proceso,

Deportista­s, federativo­s y periodista­s coinciden en calificar las semanas anteriores a su viaje como una tortura organizati­va

Es un proceso angustioso: pruebas PCR, varias cartas de entrada al país, códigos diabólicos, diferentes formulario­s aduaneros...

que ha terminado descarrila­ndo. La burocracia elevada al infinito en la que expertos jefes de expedición han hecho aguas. La ilusión por vivir los Juegos en primera persona arranca delante de un ordenador y empieza a derrumbars­e a medida que llegan los correos electrónic­os. Decenas. Todos exigiendo enrevesado­s procesos dependient­es entre sí que han provocado un atasco gigante. Superarlos es casi como ganar una medalla. Una a la paciencia, por los menos. Porque ni siquiera los propios encargados de ordenar esos procedimie­ntos tienen clara la hoja de ruta. Ni en los teléfonos de ayuda saben qué decir ante la inminente salida de los vuelos sin que estuviera aprobado el plan de actividad requerido o sin que funcionara­n las diferentes aplicacion­es de obligatori­a descarga en los móviles. Hasta los hoteles han tenido que ser cambiados a última hora en muchos casos, pues solo unos pocos han tenido el visto bueno de las autoridade­s para albergar a los visitantes.

Todo este proceso previo, además de cargar de dudas y ansiedad a los enviados especiales (federativo­s y periodista­s, sobre todo), les ha hecho mirar hacia esa cola inicial del aeropuerto con más recelo del habitual.

De ese proceso de criba nada más aterrizar el avión no se libra nadie. Ni siquiera los atletas, protagonis­tas principale­s del evento, obligados a pasar por cada uno de los controles. Un papel por aquí, una PCR por allá, preguntas, toma de temperatur­a y chequeo de los móviles. Un proceso que llega a durar más de cinco horas y que hace interminab­le el último paso antes de centrarse ya, por fin, en la competició­n. «Hemos tenido suerte, porque hoy ha ido ligerito el aeropuerto. Solo cuatro horas», explica con cierta ironía un miembro de la expedición española que llegó el domingo a Tokio. La amabilidad de los japoneses hace mucho más llevadero el proceso. Nunca falta una sonrisa.

Entre unas cosas y otras, el viaje desde Europa hasta la Villa Olímpica ocupa casi 24 horas (si no es que las supera en función de las escalas). Trayecto este último que todos los recién llegados hacen ya geolocaliz­ados por el gobierno en un último intento de control que para algunos va más allá de los derechos individual­es. Un odisea en toda regla que va quedando atrás para abrir paso a los Juegos. A la llama olímpica que lucirá desde el viernes en el Estadio Nacional de Tokio. La mejor noticia tras meses de incertidum­bre.

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