ABC (Sevilla)

Festival Ribeira Sacra, música para contar la tierra

∑Conciertos, rutas de senderismo, catas de vino y experienci­as gastronómi­cas en plena naturaleza

- LUIS YBARRA RAMÍREZ LUGO

Una mujer mueve la cabeza de lado a lado. Negando, no. Afirmando, al ritmo de la música, que está en el momento álgido de sus vacaciones. A su lado, sus tres hijos. Cinco años tendrá el más pequeño y unos ocho el mayor. El marido está en la barra, haciendo acopio del maridaje que van a hacer en familia para ese concierto en vivo. El techo es de acículas y cielo. Los árboles se asoman a un mirador que echa la vista por las lomas de la Ribeira Sacra, en la provincia de Lugo, y el confín parece entonces un lienzo impresioni­sta; será por la bruma de allá a lo lejos, que lo empapa todo de misterio. Los artistas cantan con extrañeza en un principio por la responsabi­lidad que dicta el entorno. Allí no impera el público, sino la naturaleza, que se impone con cuerpo de gigante. Todo forma parte del paisaje, que golpea, atrapa y arranca la lengua de cualquiera que va y suelta un comentario que de típico es también inevitable: «¡Qué preciosida­d!». Hay jóvenes que presumen de haber descubiert­o este festival hace cinco ediciones, cuando empezó, y haber crecido después con él. Hay niños y mayores. Pandillas de treintañer­os gallegos y cuarentone­s de otras zonas de España. Parejas sin hijos. Parejas que se han traído a sus hijos. También parejas que tienen hijos, sí, pero para su suerte están estos tres días por alguna otra parte, pues entienden de distinta forma las vacaciones. Nos topamos además con ese perfil de persona veterana en el universo de la fiesta. Javi, por ejemplo, que tendrá los mismos años que flores lleva en la camisa, resopla cuando se le pregunta por el número de festivales a los que ha asistido: «Ahora ya prefiero ir a estos eventos. Más a mi aire, menos masivo. Es más sostenible y más propio para estos tiempos que corren que otros que son mucho más cañeros. ¿Será la edad?». Ya le digo que no. Que mire alrededor y trate de disfrazar quién viene aquí. Pues todo el mundo. O unos pocos, mejor dicho, que tienen clara la apuesta: música, gastronomí­a y naturaleza.

Diecisiete grados de inclinació­n son los que tiene la vid en estos terrenos, en cuya orografía se disponen los cultivos en escalera, para dar lo mejor de la denominaci­ón de origen. Y de ahí cobra su nombre la cita: 17º. Su director, Carlos Montilla, se aventura al intentar resumir la experienci­a, con un millón de vértices a comentar, de manera escueta: «La idea es que te dejes ir desde las doce del mediodía hasta la noche con todo lo que te planteamos. Tengo claro que hay que aprovechar la tierra; o utilizar la música, el lugar en el que se desarrolla y la forma en la que lo hace para explicar esa tierra. Vienes a las doce del mediodía, como decía, y vas a una cata a ciegas con caldos de aquí. En la zona gastro saboreas comida autóctona, elaborada, esta vez, por la chef Lucía Freitas, con una estrella Michelín y dos soles Repsol. Disfrutas de un concierto en un catamarán para grupos reducidos, navegando por la ribera, también en enclaves que te cuentan toda una historia mientras comes y bebes.

La cita se desarrolló en diferentes espacios de la Ribeira Sacra (Galicia) entre el 16 y el 18 de julio

Depedro, Silvana Estrada y Dani fueron algunos de los artistas que actuaron en la quinta edición

Haces una ruta a pie. Tu pareja, tus hijos, tus amigos y la gente que acabas de conocer están seguros. Puedes disfrutar con ellos sin aglomeraci­ones. Te dejas llevar, descubres, lo vives todo de corrido y de pronto te queda una experienci­a memorable e imposible de repetir. Ha pasado ya. Podrás vivir algo parecido, pero lo mismo nunca más».

Entornos singulares

En lo que a los géneros musicales se refiere, la baraja luce tan extensa como las panorámica­s que se van superponie­ndo. Y cada grupo, por supuesto, adecúa su recital al espacio. Silvana Estrada, una suerte de Chavela Vargas que viste camisón y de pronto parece persa y luego recuerda a Grace Slick y más tarde a otra cosa aún más remota, conquista el escenario principal la segunda jornada del festival. En las bodegas Regina Viarum el espectácul­o está servido de por sí. Es un telón de fondo dibujado con talento. Una pieza excelsa que según cómo incide el sol varía de un Monet a un Turner, ya al caer la tarde. Ante todo ello, Depedro echa mano a la guitarra y levanta el ánimo de un montón de ojos sin boca que bailan desde el sitio, al aire libre. Suena ‘Como el viento’, uno de sus éxitos mayúsculos. Corre poca brisa, la verdad. Pero lo bueno del calor es que se olvida cuando estamos a otra cosa.

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