Hombres niño
La movilidad y el botellón importan más que la salud. Tan es así, que se necesitan estados de alarma, confinamientos y miles de policías para proteger a los ciudadanos de sí mismos. Esta es una lección que nos ha enseñado un virus que irrumpió entre nosotros resuelto a cuadrar las cuentas de la Seguridad Social. La responsabilidad individual se encuentra desaparecida desde el comienzo de la pandemia, y hay común acuerdo en que todo lo que ocurre es achacable al político de turno. A esta mentira hay que sumar la mentira de la incidencia acumulada, un índice que, con la mitad de la población vacunada, refleja el peligro de hace un año, no el de hoy. Con estos mimbres, los gobernantes se arrogan el derecho a tratarnos como ganado y los ciudadanos duermen tranquilos, pues el virus avanza y retrocede por culpa de Sánchez, Ayuso... No hay ciudadanos, solo hombres niño dependientes de papá Estado. Nada tendría de extraño que apareciera un desalmado, con una ley de seguridad nacional en la mano, y un buen día amanezcamos siervos, súbditos, lacayos.
Estado democrático. En «momentos críticos», aunque no se nos dice cuáles, el presidente del Gobierno podrá actuar plenipotenciariamente, sin acudir al Congreso y por Real Decreto: movilizar personas o propiedades físicas o jurídicas; adjudicar contratos sin publicidad, es decir, «a dedo» y sin comunicar el uso de los recursos nacionales, lo cual anula la efectividad de la Ley de Transparencia. Todo por el bien común, pero exento de claridad, pues nunca sabremos el por qué ni el para qué de las actuaciones. Lo peor de todo es que algunas de estas iniciativas se han llevado a cabo ya sin consecuencias y a partir de ahora serían legítimas, pues, estarían respaldas por la legalidad.