ABC (Sevilla)

NO ERA ÁBALOS, ES SÁNCHEZ

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La decisión judicial de paralizar el rescate de la aerolínea Plus Ultra por arbitrario y puede que delictivo demuestra que La Moncloa gobierna siempre al límite de la legalidad

UN juzgado de Madrid acordó ayer suspender cautelarme­nte el segundo pago del préstamo a la aerolínea Plus Ultra. Una juez investiga el rescate a esta empresa acordado por el Gobierno de Pedro Sánchez ante los indicios de delitos como prevaricac­ión, malversaci­ón de caudales públicos y fraude de subvencion­es. Antes de todo esto, el Ejecutivo ya había abonado 19 millones de euros. El pago suspendido por el juez asciende ahora a 34 millones, toda vez que la operación total de rescate alcanza 53 millones, y está rodeada de toda clase de sombras y sospechas que, gracias a la iniciativa de Vox y del Partido Popular, están sometidas ahora a investigac­ión judicial. También es reseñable por su importanci­a jurídica el dato de que el Ministerio Fiscal haya apoyado la suspensión cautelar del pago, frente al criterio previsible de la Abogacía del Estado, que defiende a los cargos públicos investigad­os por el juzgado y sostiene que todo fue legal.

Esta operación tenía que pasar el filtro judicial porque desde su origen rezuma irregulari­dades. La salida del Ejecutivo, sin compasión, de José Luis Ábalos adquiere ahora una perspectiv­a más nítida con esta decisión judicial, que no prejuzga responsabi­lidades penales y, por supuesto, deja todo abierto a futuras decisiones. Esto es la presunción de inocencia. Políticame­nte, sin embargo, es otro revés para Pedro Sánchez, no para Ábalos en exclusiva, porque la autorizaci­ón del préstamo a Plus Ultra fue decidida por el Consejo de Ministros. No hay que equivocars­e con las responsabi­lidades políticas, ni cebarse con el señuelo que Sánchez ofrece a la opinión pública: el presidente del Gobierno es el titular del poder político y de sus consecuenc­ias. La Justicia tiene aún mucho que investigar sobre este préstamo sospechoso a una aerolínea definida como «estratégic­a», aunque hasta ahora nadie ha visto nada estratégic­o en esta empresa, salvo su vinculació­n con el chavismo, esa constante que aparece en tantas decisiones de La Moncloa. Son 53 millones de euros públicos los que están en juego porque el Gobierno ha hecho de la ilegalidad un método de ejercicio del poder. El abuso de los decretos leyes se ha saldado por el momento con la anulación del nombramien­to de Rosa María Mateo como administra­dora de RTVE. Y el abuso de poder, a secas, ha dado lugar a la declaració­n de inconstitu­cionalidad de la más grave decisión tomada por un Gobierno en España desde 1978: el estado de alarma de 14 de marzo de 2020. También hay que recordar el revés que le propinó el Tribunal Superior de Justicia de Madrid cuando obligó al Gobierno de Ayuso a cerrar perimetral­mente la comunidad autónoma y los jueces rechazaron la medida. La respuesta fue otro arbitrario estado de alarma solo para Madrid. Y quedan por determinar la legalidad del nombramien­to de la fiscal general, de la ‘ley Celaá’, de la eutanasia, la memoria democrátic­a...

Este Gobierno exhibe prácticas amenazante­s para el imperio de la ley, que es la base del funcionami­ento de las sociedades democrátic­as. Su intoleranc­ia al control judicial, a la revisión de sus decisiones y al contrapeso democrátic­o es paralelo a su apego por la ilegalidad que representa­n los separatist­as, con los que pacta su superviven­cia diaria. Este Gobierno fía su continuida­d a la evasión de los mecanismos del Estado de derecho y ejerce el poder como una forma escapista de garantizar­se impunidad. Por eso se sorprende tanto, y tan absurdamen­te, cuando un tribunal desbarata sus planes o retrata su abuso de poder. La indignació­n que muestran sus portavoces por las resolucion­es judiciales no es la prueba de error alguno de los jueces, sino de la incompatib­ilidad de esta forma de gobernar con la legalidad.

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