ABC (Sevilla)

Amy Winehouse, diez años de la caída de la radiante estrella del soul

∑La culpa del sufrimient­o y de la muerte de la cantante no solo fue de las drogas, también de la indolencia de sus padres

- NACHO SERRANO MADRID

La noche del 10 de febrero de 2008 le cambió la vida para siempre. Después de llevarse los Grammy a mejor artista nueva, canción del año, mejor interpreta­ción femenina de pop y mejor álbum pop vocal, el ‘Rehab’ de Amy Winehouse se enfrentó en la gala de la Academia a los hits que aquella temporada lanzaron Beyoncé, Foo Fighters, Justin Timberlake y Rihanna en la categoría reina de ‘grabación del año’. Todos habían acudido a la ceremonia menos ella, que lo tuvo que ver a distancia desde Reino Unido porque le habían denegado el visado por abuso de narcóticos. Cuando Tony Bennet salió al escenario para entregar el gramófono más preciado se quedó boquiabier­ta, extasiada. Era su mayor ídolo, y para ella era un honor inimaginab­le que fuese a pronunciar las palabras ‘Amy Winehouse’, aunque fuera solo al enunciar la lista de candidatos. El ’Umbrella’ de Rihanna era la favoritísi­ma, y cuando el crooner dio la sorpresa exclamando el nombre de Amy, ella apenas había salido del trance.

Le dolió no haber podido recoger el premio de manos de su héroe, pero lo que no sabía es que ella también acabaría siendo la heroína del mismísimo Bennet, que cantó con ella a dúo poco antes de su muerte, y tras la experienci­a proclamó que era la sucesora de Billie Holiday. Ese es el nivel al que llegó la música de Amy Winehouse, sin duda la mejor cantautora anglosajon­a que dio la primera década de este siglo, y a todas luces un fenómeno imbatido en la segunda. Se siente, Adele.

La diferencia entre Amy Winehouse y Dido, su ‘rival’ (nótense las comillas) en la tangana neosoul que se formó en la década de los cero, es más o menos la misma que había entre Holiday y Ella Fitzgerald. Podían entonar el mismo fraseo con la misma casta vocal, pero

«Si me hiciese famosa no podría soportarlo», había advertido tras su primera sobredosis

Esos melismas en el final de cada verso partían el alma porque salían de un alma partida

al escucharla­s con atención, sólo una de ellas conseguía convencert­e de que había vivido lo que cantaba. Esos melismas en el final de cada verso, tan parecidos a los de ‘Lady Day’, partían el alma porque salían de un alma partida, hostigada por el desamor, en concreto el desamor parental. La culpa de su sufrimient­o, y de su muerte, no la tuvieron las drogas. La tuvieron sus padres, que hicieron todo lo que no había que hacer para salvar de un destino fatal al mayor talento vocal femenino de su tiempo, su hija.

Dieta «perfecta»

Cuando era una niña, Amy le dijo a su madre que había descubiert­o la dieta perfecta, un truco para adelgazar, que no era otro que vomitar todo lo que comía. Lo reconoce la propia Janis Winehouse, su madre, en el documental ‘La chica detrás del nombre’: «Me di cuenta de que lo que le pasaba a mi hija era que tenía bulimia. Pensé que sería algo pasajero. No le di importanci­a». Una frase que supera la negligenci­a parental, y roza la perversión.

Lo de su padre, Mitch, que estuvo ausente en la vida de Amy hasta que se convirtió en su gallina de los huevos de oro, fue de juzgado de guardia. Cuando empezó a hacerse popular tras la publicació­n de su disco de debut, el jazzístico ‘Frank’, sus problemas con las drogas se agudizaron y llegó la primera sobredosis de su historial. Ella ya lo había avisado: «Si me hiciese famosa no podría soportarlo», le dijo a su primer mánager, Nick Godwyn. Y no lo hizo.

La espiral de desfase del año 2007 la colocó al borde de la muerte, y cuando Godwyn la sacó del hospital, los médicos le dijeron que si se repetía, moriría. Pero cuando fue en busca de la ayuda de papá Winehouse para convencer a la cantante, se encontró con un auténtico esclavista que no quería dejar de hacer caja: «No hace falta que vaya a una clínica de desintoxic­ación, mi hija está perfectame­nte». Amy utilizó exactament­e esa frase cuando escribió la canción ‘Rehab’, y todos pensaron que si había conseguido ironizar con el peor episodio de su vida para componer un éxito, todo iría bien. Pero en el mismo documental antes mencionado, Godwyn asegura que lo tiene claro: «Estoy seguro de que ahí perdimos la oportunida­d de salvarle la vida a Amy».

Rock in Rio

El pelotazo planetario de aquel discazo añadió toneladas de presión sobre los hombros de una Amy que ya caminaba sobre arenas movedizas, y la hundió en el pozo de la dependenci­a de las drogas y de las relaciones tóxicas. En 2008, quien esto escribe acudió al festival Rock in Rio de Madrid para verla en directo, con la intuición de que quizá no habría más oportunida­des. Lo que allí se vio fue una de esas escenas de tensión en las que parece que todo se va a venir abajo en cualquier momento. Copazo tras copazo, Amy desgranó su repertorio ante un público que coreaba ‘¡uy!’ con sus traspiés como la hinchada que grita cuando hay tiro al palo. Regaló increíbles destellos de talento cuando desatendía aquel vaso de plástico siempre lleno de vodka con limón, pero eran tan fugaces que se escapaban entre los dedos antes de llevarlos a la boca. Tres años después, su cuerpecill­o estaba hecho polvo, consumido y machacado por la mala vida. No debió hacer aquella gira de 2011, pero de nuevo su padre impuso su opinión sobre la de aquellos de que de verdad la querían, y la obligó a viajar por el mundo en una suerte de ‘freak-show’ que alcanzó el paroxismo el 18 de junio en Belgrado, cuando no fue capaz de cantar una sola nota. O quizá no quiso.

Quizá se había deshecho del síndrome de Estocolmo que desarrolló hacia su padre y estaba gritando socorro como quien escapa del zulo con los ojos entreabier­tos. Poco más de un mes después, Amy Winehouse dejó de existir y él lloró y lloró, quien sabe si con algún atisbo de arrepentim­iento en su corazón. Si después de su muerte no intentó quitarse la vida al escuchar otra vez aquel ‘if my daddy thinks I’m fine, just try to make me go to rehab but I won’t go, go, go’, es que nunca tuvo alma.

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Protagoniz­ó sonoras broncas con Blake Fielder-Civil, su marido, que pobló sus giras a veces con pesadillas
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Amy se entregaba al alcohol en pleno escenario. Aquí, en Rock Rio Madrid en 2008
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REUTERS El día de su muerte los fans llenaron de flores y homenajes la puerta de su domicilio. Sus padres y hermano miraban absortos
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EFE

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