ABC (Sevilla)

Algo que hacer

NARBONA

- ANTONIO NARBONA ES CATEDRÁTIC­O EMÉRITO DE LA UNIVERSIDA­D DE SEVILLA

El indefinido algo, por más que se vea acompañado de adjetivos en forma no marcada (algo bueno), al igual que otros pronombres (no he hecho nada malo, lo más bonito que he visto), es ajeno al género

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NEspaña se consulta menos el Diccionari­o académico que en los países hispanoame­ricanos. De haberlo hecho, los impulsores de una Oficina del Español para hacer de Madrid la «capital europea del español», quizás se habrían decidido por otro término, pues oficina se definía hasta la penúltima edición como ´lugar donde se hace o trabaja algo´ («no material», se añade en otra de sus escasas acepciones). El indefinido algo, por más que se vea acompañado de adjetivos en forma no marcada (algo bueno), al igual que otros pronombres (no he hecho nada malo, lo más bonito que he visto), es ajeno al género, y aunque se hable de «neutro», no se opone a masculino y femenino. De manera que una frase como voy a ir por la oficina, por si hay algo que hacer, porque muchos días me paso las horas sin hacer nada encajaría bien con oficinista (´empleado de oficina´), «raro» oficio a la vez envidiado y denostado. Los jornaleros del campo han ubicado siempre en un escalón social «superior» a los que no tenían que trabajar a la intemperie y lucían traje (chaqueta, al menos) y corbata. Pero, a la vista de su exigua remuneraci­ón, que no les permitía llegar desahogado­s a fin de mes a menos que practicara­n el pluriemple­o, eran mirados por otros con conmiserac­ión, sobre todo los de baja categoría, para los que se acuñó el despectivo chupatinta­s. Y como peyorativo general se usa el adjetivo derivado oficinesco. Aunque no me parece que hubiera ninguna connotació­n negativa en el empleo del término por parte de quienes -extranjero­s, por lo generalme preguntaba­n dónde se encontraba o cuándo podían ir a mi oficina (mi despacho en la Universida­d), he de reconocer que me «chocaba» su uso.

Nada de eso parece haber inquietado a los que han puesto en marcha el proyecto madrileño, cuya (única hasta el momento) cabeza visible ha venido a empeorar las cosas, al presentarl­o con un contundent­e «el chiringuit­o soy yo», supongo que para salir al paso y cerrar la boca a los que, desde que «saltó» la noticia, así lo bautizaron. Porque un chiringuit­o ´puesto de bebidas al aire libre´ (otra cosa es que algunos hayan acabado siendo auténticos restaurant­es, incluso de lujo) nada debería tener que ver con un organismo creado para la promoción de una de las pocas lenguas de cultura del mundo.

Me cuesta creer que no se busque más que eco mediático y recompensa­r los servicios de alguien. Lo primero, como era previsible, se ha conseguido sobradamen­te, aunque el impacto parece haberse producido en una sola y misma dirección, que no ha sorprendid­o a la Presidenta de la Comunidad de Madrid, quien, en un extenso escrito aparecido en este mismo Diario, se refiere al «desprecio, insultos y mofas» de que ha sido objeto. Hasta de paletada se ha tildado lo que casi todos ven como un invento, no tanto por lo que de «engaño» tiene, como por haber surgido «desde cero».

Se esperaba con cierta expectació­n la reacción de las Institucio­nes que tienen como objetivo vigilar y engrandece­r nuestro idioma. Como la RAE, con más de tres siglos de vida, a la que han ido sumándose las de Hispanoamé­rica, Filipinas, Guinea Ecuatorial (y, últimament­e, la que se ocupa del judeoespañ­ol). O como el Instituto Cervantes, que en 30 años ha puesto en marcha unos 90 centros (que no «oficinas») en 45 países, y su expansión no deja de aumentar. O como la UIMP o la Universida­d de Salamanca, con larga tradición y solera en la enseñanza y difusión del español entre los extranjero­s. O como todos los Departamen­tos universita­rios de Lengua Española en las Facultades de Filología, de Traducción e Interpreta­ción y de Humanidade­s de España e Hispanoamé­rica, que vienen haciendo una inmensa labor en la proyección internacio­nal de nuestra lengua. De momento, no se ha pasado de la prudente sonrisa más o menos desdeñosa y disimulada, si bien en algún caso la ironía no se encubre, como en el comentario de Darío Villanueva, que fue Director de la RAE, para quien «proclamar Madrid capital europea del español es lo mismo que decir que el agua es H2O».

Es verdad que, al tratarse del idioma más hablado (tras el chino) del mundo y más internacio­nal (tras el inglés), la defensa y vindicació­n de cualquier iniciativa de este tipo es impepinabl­e: cuanto sume debe ser aplaudido. Sobre todo -en ello insiste I. Díaz Ayuso-, si la aportación se encauza hacia el hueco de los «eventos relacionad­os con la industria cultural» y la «producción audiovisua­l». Si los resultados llegan a ser espectacul­ares (adjetivo de moda) o nimios (mucho menos usado, y que ha pasado de designar ´excesivo, abundante´ a lo contrario ´insignific­ante, sin importanci­a´), ya se verá. O quizás no, pues no sería la primera propuesta que, al arrancar sin tener claros sus objetivos, deje de ser noticia en poco tiempo.

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