Algo que hacer
NARBONA
El indefinido algo, por más que se vea acompañado de adjetivos en forma no marcada (algo bueno), al igual que otros pronombres (no he hecho nada malo, lo más bonito que he visto), es ajeno al género
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NEspaña se consulta menos el Diccionario académico que en los países hispanoamericanos. De haberlo hecho, los impulsores de una Oficina del Español para hacer de Madrid la «capital europea del español», quizás se habrían decidido por otro término, pues oficina se definía hasta la penúltima edición como ´lugar donde se hace o trabaja algo´ («no material», se añade en otra de sus escasas acepciones). El indefinido algo, por más que se vea acompañado de adjetivos en forma no marcada (algo bueno), al igual que otros pronombres (no he hecho nada malo, lo más bonito que he visto), es ajeno al género, y aunque se hable de «neutro», no se opone a masculino y femenino. De manera que una frase como voy a ir por la oficina, por si hay algo que hacer, porque muchos días me paso las horas sin hacer nada encajaría bien con oficinista (´empleado de oficina´), «raro» oficio a la vez envidiado y denostado. Los jornaleros del campo han ubicado siempre en un escalón social «superior» a los que no tenían que trabajar a la intemperie y lucían traje (chaqueta, al menos) y corbata. Pero, a la vista de su exigua remuneración, que no les permitía llegar desahogados a fin de mes a menos que practicaran el pluriempleo, eran mirados por otros con conmiseración, sobre todo los de baja categoría, para los que se acuñó el despectivo chupatintas. Y como peyorativo general se usa el adjetivo derivado oficinesco. Aunque no me parece que hubiera ninguna connotación negativa en el empleo del término por parte de quienes -extranjeros, por lo generalme preguntaban dónde se encontraba o cuándo podían ir a mi oficina (mi despacho en la Universidad), he de reconocer que me «chocaba» su uso.
Nada de eso parece haber inquietado a los que han puesto en marcha el proyecto madrileño, cuya (única hasta el momento) cabeza visible ha venido a empeorar las cosas, al presentarlo con un contundente «el chiringuito soy yo», supongo que para salir al paso y cerrar la boca a los que, desde que «saltó» la noticia, así lo bautizaron. Porque un chiringuito ´puesto de bebidas al aire libre´ (otra cosa es que algunos hayan acabado siendo auténticos restaurantes, incluso de lujo) nada debería tener que ver con un organismo creado para la promoción de una de las pocas lenguas de cultura del mundo.
Me cuesta creer que no se busque más que eco mediático y recompensar los servicios de alguien. Lo primero, como era previsible, se ha conseguido sobradamente, aunque el impacto parece haberse producido en una sola y misma dirección, que no ha sorprendido a la Presidenta de la Comunidad de Madrid, quien, en un extenso escrito aparecido en este mismo Diario, se refiere al «desprecio, insultos y mofas» de que ha sido objeto. Hasta de paletada se ha tildado lo que casi todos ven como un invento, no tanto por lo que de «engaño» tiene, como por haber surgido «desde cero».
Se esperaba con cierta expectación la reacción de las Instituciones que tienen como objetivo vigilar y engrandecer nuestro idioma. Como la RAE, con más de tres siglos de vida, a la que han ido sumándose las de Hispanoamérica, Filipinas, Guinea Ecuatorial (y, últimamente, la que se ocupa del judeoespañol). O como el Instituto Cervantes, que en 30 años ha puesto en marcha unos 90 centros (que no «oficinas») en 45 países, y su expansión no deja de aumentar. O como la UIMP o la Universidad de Salamanca, con larga tradición y solera en la enseñanza y difusión del español entre los extranjeros. O como todos los Departamentos universitarios de Lengua Española en las Facultades de Filología, de Traducción e Interpretación y de Humanidades de España e Hispanoamérica, que vienen haciendo una inmensa labor en la proyección internacional de nuestra lengua. De momento, no se ha pasado de la prudente sonrisa más o menos desdeñosa y disimulada, si bien en algún caso la ironía no se encubre, como en el comentario de Darío Villanueva, que fue Director de la RAE, para quien «proclamar Madrid capital europea del español es lo mismo que decir que el agua es H2O».
Es verdad que, al tratarse del idioma más hablado (tras el chino) del mundo y más internacional (tras el inglés), la defensa y vindicación de cualquier iniciativa de este tipo es impepinable: cuanto sume debe ser aplaudido. Sobre todo -en ello insiste I. Díaz Ayuso-, si la aportación se encauza hacia el hueco de los «eventos relacionados con la industria cultural» y la «producción audiovisual». Si los resultados llegan a ser espectaculares (adjetivo de moda) o nimios (mucho menos usado, y que ha pasado de designar ´excesivo, abundante´ a lo contrario ´insignificante, sin importancia´), ya se verá. O quizás no, pues no sería la primera propuesta que, al arrancar sin tener claros sus objetivos, deje de ser noticia en poco tiempo.