ABC (Sevilla)

Miguel Ángel Gómez Campuzano: El cielo no pudo esperar

Tenía madera de líder. Era sencillo, amable, compañero y peleón. Hace 29 años perdió la vida en un accidente en la sierra de Aroche

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Era velocista. Muy buen velocista. Y quizás se nos fue con la urgencia de los de su especie. Alguien desde el cielo no quiso esperarlo por más tiempo. Y lo llamó como suelen hacer estas cosas los funcionari­os celestiale­s: sin que sepas nada, sin que presagio alguno anticipe la tragedia, dejando el encargo en manos de un destino cruel y nada justo. Miguel Ángel Gómez Campuzano, llamado a ser una estrella internacio­nal en velocidad, a la altura de los grandes atletas de la especialid­ad, dejó su vida junto con la de su novia, Aurora Pacheco, en una curva maldita de la carretera de la sierra de Aroche. La moto que conducía derrapó, se deslizó hacia el arcén y un quitamiedo se encargó de hacer cumplir el signo fatal que llevaba su estrella. Se cumplieron en abril 29 años de aquel punto final y Gómez Campuzano verá las Olimpiadas más tristes de la historia desde algún palco vip de la gloria.

Al Tardón habría que dedicarle una tesis doctoral donde se demostrara la estrecha vinculació­n que tiene el barrio con los artistas. Ese barrio es una fábrica de reyes. De reyes de la copla, del humor, del flamenco, del rock y, cómo no, también del atletismo. Miguel Ángel vivía en el Tardón, un nombre poco apropiado para su especialid­ad atlética, transmitié­ndole lo mejor de sus esencias. Él también fue un artista. Y un artista de esos que, en días como los que vivimos pendientes de Tokio, ponen en pie a la gente haciéndono­s olvidar que, a veces, los hombres heroicos derrotan al tiempo. José Luis Montoya, su descubrido­r y su mentor deportivo, y Pepe Lorente saben muy bien de lo que les hablo. Porque por ambas manos pasó la puesta en marcha de aquel proyecto de alta velocidad llamado Gómez Campuzano. Pepe Lorente me habla y diserta del tobillo de nuestro atleta. De un tobillo fortísimo, también elástico, que le permitía zancadas de belleza animal, pese al desajuste de tener una cadera más polideport­ivo, hizo un quinto puesto corriendo con gente como el búlgaro Nikolai Antonov y el jamaicano Linford Christie. En Barcelona 92 fue cuartofina­lista en los dos hectómetro­s y participó en el relevo. Resumiendo: fue internacio­nal en todas las categorías, cadete, juvenil, junior, promesa y absoluto. Sumó catorce internacio­nalidades y fue campeón de España en los doscientos en cinco ocasiones.

Tenía madera de líder. Era sencillo, amable, compañero y peleón. Cuando el atletismo local estaba casi tan olvidado como hoy, las cruzadas que emprendía Pepe Lorente contra las autoridade­s reclamando atención y presupuest­o para tan noble especialid­ad deportiva, Gómez Campuzano daba la cara. No era ningún florero. Era el fiel compañero de un entrenador con el que compartía ideas, planteamie­ntos y batallas. Subía al ring de la pelea mediática y, juntos, alzaban la voz contra cualquier tipo de olvido. Una de las acciones de protesta más exitosas fue aquella foto que sacaron los periódicos de Gómez Campuzano y Luís Rodríguez entrenando en el parque de María Luisa, junto a un coche de caballos, a seis meses de las Olimpiadas de Barcelona. Se estaba construyen­do el estadio de la Cartuja, pero los atletas no tenían dónde practicar. España es diferente, pero Sevilla tiene un color especial para todas sus cosas. Al atletismo de élite casi nunca le dio la ocasión de que brillara como se merecía. Pepe Lorente aún recuerda el frío de aquella mañana de abril cuando Santi Ortega, compañero de la SER, lo llamó para comunicarl­e que su mejor pupilo se había roto en la carretera. En la memoria de sus compañeros brilla con fuerza el recuerdo emocionado de Miguel Ángel. Veintinuev­e años después de su carrera final, en el punto fatídico donde dejó de ser terrenal para irse a esa dimensión donde el espacio y el tiempo no existen, aún hay amigos que se paran en la curva de la Sierra de Aroche para hablar con él, ponerle unas flores y recordarle alguno de los momentos inolvidabl­es que vivieron juntos. Fue tan veloz en las pistas como para que el cielo no pudiera esperar y lo llamara mucho antes de su tiempo, que antes de Aroche era largo y prometedor para la gloria del atletismo…

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