ABC (Sevilla)

Lágrimas, despedidas y Alejandro Sanz

La mantuvo las formas en una inauguraci­ón marcada por las medidas de seguridad que tuvo su punto final con la irrupción del cantante

- EMILIO V. ESCUDERO ENVIADO ESPECIAL A TOKIO

el estadio mientras un coro de niños, entre ellos ocho de Fukushima, cantaban su himno durante el izado. «Este es un momento de esperanza. Aunque es muy diferente a lo que esperábamo­s, disfrutemo­s de esta unión. Estamos aquí juntos gracias a vosotros, nuestros anfitrione­s japoneses, a los que os queremos dar las gracias y mostrar respeto», declaró en su discurso el presidente del Comité Olímpico Internacio­nal, Thomas Bach. Además de rendir homenaje a la lucha contra el coronaviru­s y a los voluntario­s, pidió «solidarida­d y paz» y saludó la llegada del equipo olímpico de refugiados.

Tras él, el emperador Naruhito declaró abiertos los Juegos de la XXXII Olimpiada, que serán para siempre los del coronaviru­s, pero también los del triunfo de la voluntad humana contra la pandemia. Esperemos que se desarrolle­n con seguridad y, a su término, no disparen la enfermedad Covid-19 en el archipiéla­go nipón. El tiempo lo dirá.

Fukushima

Al ritmo del ‘Bolero’ de Ravel, la llama olímpica entró en el estadio tras un accidentad­o periplo de 2.000 kilómetros por suelo nipón que empezó el 25 de marzo en la prefectura de Fukushima, castigada por el tsunami de 2011 que desató en una de sus centrales el peor desastre nuclear desde Chernóbil. Con subsedes olímpicas en dicha prefectura y otras zonas afectadas del nordeste de Japón, estos Juegos pretenden ayudar a su recuperaci­ón tras aquella catástrofe. Para ello, y por primera vez para no contaminar, la llama ha sido generada con hidrógeno de Namie, una de las zonas evacuadas por el triple desastre del terremoto, tsunami y accidente nuclear de Fukushima.

Portada por campeones olímpicos japoneses, entre ellos algunos de los más veteranos y también paralímpic­os, la llama pasó de mano en mano hasta un grupo de niños de Fukushima que se la dieron a la tenista Naomi Osaka, estrella nacional, pero de padre haitiano y con un estilo de vida norteameri­cano. En el momento cumbre de la ceremonia, ella fue la encargada de prender el pebetero olímpico, que se abrió como una flor de vida y esperanza en la bola que coronaba la escultura del monte Fuji. Recordando el encendido de Tokio 64, Osaka subió las escaleras, pero agitando sus rastas haitianas para demostrar el mestizaje que también se abre paso en este Japón del siglo XXI. El pebetero empezó a arder mientras el cielo de Tokio se iluminaba de nuevo con una traca final de fuegos artificial­es para sacar al mundo de la oscuridad del coronaviru­s. Hasta el 8 de agosto, los Juegos Olímpicos se enfrentan en Japón a su rival más duro: la pandemia. asi de la nada, en mitad de una ceremonia marcada por la sobriedad y salpicada solo por unas notas de color, emergió de repente una fanfarria alegre y vitalista. Como si con la llegada de los atletas se quisiera dejar atrás el dolor producido por la pandemia y se abriera paso a la fiesta del deporte. Fue un cambio radical en una noche melancólic­a y calurosa en Tokio. Un impás en los problemas. Un poco de optimismo. Como marca la tradición, abrió el

Cdesfile Grecia, país donde nacieron los Juegos. Lo hizo esta vez sin aplausos y sin emoción desde la grada, con el único aliento de los voluntario­s situados en mitad del estadio que acompañaro­n a los deportista­s en la marcha inaugural más triste. La única, al menos, envuelta en silencio por la ausencia de público. Apenas unos tímidos aplausos que acompañaba­n a cada delegación y que provenían de la tribuna de prensa. Desfile soso, en su mayoría, que solo rompió las reglas en contadas ocasiones. La primera, con Argentina. Claro. Arremolina­dos los sudamerica­nos. Apasionado­s como siempre. Un anticipo de lo que vendría más tarde.

Porque también los españoles, que irrumpiero­n en el puesto 88 en el Estadio Olímpico, se hicieron notar. ¡Cómo no! A la delegación, más reducida de lo habitual, no le faltó alegría. Comandados por Mireia Belmonte y Saúl Craviotto, los españoles atravesaro­n el estadio de fondo a fondo. Vestido rojo y chaqueta blanca para ellas. Pantalón azul marino, polo rojo y americana blanca para ellos. Formales al principio todos. Luego más despendola­dos, aunque siempre guardando el orden y la distancia. Mandaba la prudencia esta vez en su momento. La última licencia antes de entrar en materia. Para algunos, ni eso, pues muchos se quedaron en la villa ante su

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Mireia y Craviotto
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española con Mireia y Craviotto al frente.
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