Morante, corazón de león
El torero de La Puebla del Río brinda a Ostos la faena más valiosa en el peor toro y Urdiales corta una oreja al mejor
cuelinas que no resultó conseguido, aunque sí hubo acompañamiento, garbo y una soberbia media ofreciéndole todo el frente. Cabe destacar un sensacional par de banderillas de Andrés Revuelta, que se dejó venir al animal con ímpetu y lo esperó con la figura encogida para después elevarse y crecerse en la ejecución. La plaza se puso en pie. Con la muleta estuvo torero y voluntarioso, aunque tuvo en suerte al peor animal del largo y tedioso encierro. Un inicio de ayudados por alto muy barroco fue lo más destacado de una faena que nuevamente fue premiada con otra oreja.
El Juli estuvo sobrado toda la tarde. Tanto que no terminó de concretar nada resaltable. Lidió sus toros con la facilidad del maestro consagrado que se encuentra ante una retienta. Dándole muchas ventajas a su lote, aprovechando con el capote las inercias y colocándose con la muleta en la pala del pitón para que el animal fluyera sin agobios. Le pidió tiempo y pocos capotazos a José María Soler en la lidia del primero (bis), pero él lo exprimió en un inicio de doblones sin enmendar la posición. Un contrasentido. Lo apretó tanto en las dos primeras series que cuando echó la franela a la zurda el pozo se había secado. El cuarto tuvo mayor calidad, pero escasa transmisión. El Juli estuvo reposado con él, por momentos mezclaba la verticalidad con aires más retorcidos recordando a Silverio. Le cortó una oreja.
Roca Rey volvía por tierras gaditanas tras su triunfo algecireño del pasado fin de semana. Tuvo en primer turno el toro de mayor alegría y emoción de la corrida, al que no entendió a la verónica —lo espera en exceso y a su encuentro le cambia el viaje— y que tensionó demasiado con la muleta. El compás muy abierto y el trazo tan largo que le resultaba imposible al animal. El toro se asfixió y la faena mermó. Directamente nunca tomó vuelo. Lo esencial escaseó y lo accesorio faltó en esta ocasión. Con el sexto, un animal que acusó las luces de los focos y pecó de raza. Aquí apareció lo accesorio: unas bernadinas sin ayudado que calentó al personal. Lo más reseñable.
No había nada que decir y lo decía todo. Eso era el arte, el toreo de Morante, con un marrajo al que hizo la faena más valiosa de la tarde. Abismal la diferencia con sus compañeros. No había agradado el toro de la Ventana del Puerto, más chico que sus hermanos. Chiquito pero matón, porque cada embestida era una mentira. Lo falso frente a la verdad del torero de La Puebla del Río. Brindó este peligroso ‘Inspector’ a Jaime Ostos, un maestro cosido a cornadas, y la femoral se jugó en cada pasaje. Cogido se le veía en los medios hasta que lo cerró más en tablas tras el exquisito principio, doblándose y con un trébol rodilla en tierra, a semejanza del desplante. Ayer era José Antonio el ‘Corazón de León’, como bautizaron en sus tiempos a Ostos por su valentía de ley.
Desde el tendido a ‘Inspector’ no se le veía ni un muletazo por el derecho. Otrora, le hubiese durado lo que una noticia taurina en el telediario de La 1. Pero el genio sevillano, en la mejor temporada de su vida, no se amilanó y siguió hasta meterlo en el canasto, no solo a babor, sino también a estribor. Bárbaro y con un valor descomunal, ofrecía el pecho. La mente fría y el de los latidos caliente, tanto que se adornó con un cautivador molinete invertido y otro crecido desplante. «A ver si me acuerdo», dijo a Ostos, as de espadas, mientras se perfilaba para matar. Y cuando el acero no se hundió, hasta un bebé lloró. La obra caló en toda la afición, en la novel y en la veterana, por lo que aquella ovación de gala tuvo más peso que muchas orejas.
Otro triunfo había perdido en la hora final con el primero, que levantó una polvareda propia del salvaje Oeste. Se escuchaban los cascos de los jacos sobre la seca arena. Hasta que el matador la regó con media verónica. Torerísimo el rosario de muletazos del prólogo, con un trincherazo de escándalo. No le sobraban las fuerzas al guapo toro del Puerto y, pese a la virtud de humillar, se defendía por su justeza de fuerzas. Imposible se antojaba la limpieza exigida por los ‘mister proper’, pero el sevillano le presentó la muleta con sinceridad e imprimió suavidad a cada instantánea. Pureza en los cites, muy reunido: no hay torero en el escalafón, ni de arte ni de valor, que se los pase más cerca hoy. Sus zapatillas, barnizadas por el polvo del camino –y eso que planteó su labor en el terreno más húmedo–, pisaban el sitio que quema. Todo a compás y enjaezado con unos molinetes ‘made in’ La Puebla. Tenía la oreja en la mano, pero pinchó y la recompensa quedó en saludos mientras el aspersor lanzaba chorros de agua.
Toque de queda
El único que tocó pelo fue Urdiales en el notable segundo, que derribó con estrépito al picador, muy aplaudido tras su tarea. Se movía con son en banderillas y Diego brindó al público. Aunque para brindis los preciosistas ayudados del comienzo. Metía con calidad la cara ‘Parasolillo’, que por momentos hacía el avión. Al riojano le costó cogerle el sitio, pero cuando lo hizo, su naturalidad ensimismó. Mediada la obra, resplandecieron unos zurdazos de mucha clase y relajo. En el último regreso a la mano de escribir, se arrebató con entrega mientras la buena embestida seguía su estela. El espadazo, lo más contundente, dio paso a una oreja con fuerza. De agradable carita el zancudo y deslucido quinto, apenas permitió expresarse a Urdiales, por encima del animal. De premio de feria fue el estoconazo, aunque se alargó tanto que un espectador, harto, gritó: «¡Que hay toque de queda!»
Punteaba los engaños el tercero, manejable y de menor transmisión que los anteriores. Pablo Aguado se extendió con parsimonia, acompañando cada viaje aun sin decir mucho. Tras unas bonitas verónicas, quiso más en el sexto, pero sin partir la pana. El único que la rompió fue Morante, en su rugido infinito de 2021.