Socialdemocracia
Nos encontramos con un PSOE tan separado de la vida y de las preocupaciones de los desfavorecidos que su atención social se ha desviado de la pobreza a la diversidad sexual
Alos que asociamos el ideal europeo con un modelo político sustanciado en la tradición clásica y liberal y matizado por el desiderátum de igualdad y justicia social según la fórmula genuina del Estado Social y de Derecho; a los que valoramos la aportación del socialismo, ya liberado de la cadenas del marxismo y reconvertido en socialdemocracia, a la estabilidad del continente y asumimos positivamente la intervención del Estado en la corrección de los excesos del mercado y la provisión de servicios públicos; a los que incluso sentimos una cierta superioridad moral como europeos fundamentada no sólo en nuestros principios políticos —el imperio de la ley, la libertad de expresión, la separación de poderes, el sufragio universal…—, sino también, en una gran medida, en conquistas sociales como el acceso gratuito y en igualdad de condiciones a los tratamientos quirúrgicos más sofisticados, las pensiones y las prestaciones por desempleo, y la posibilidad de que niños y jóvenes de zonas deprimidas trasciendan su contexto social gracias a la educación; a los que, en definitiva, siendo liberales y capitalistas, estamos convencidos de que la alternancia entre socialistas y conservadores nos ha hecho mejores y ha sido clave para alcanzar mayores niveles de bienestar y más posibilidades de igualación social, nos perturba y nos sume en la más absoluta incredulidad la deriva de la socialdemocracia en España, la cual se resume, a mi juicio, en el abandono de la representación de las mayorías por el abanderamiento de las más variopintas causas minoritarias, retóricas e identitarias.
Mayor desconcierto nos produce aún que ese reposicionamiento antinatura, aunque venga de años atrás, se confirme en un momento como el actual, de evidente oportunidad para los genuinos planteamientos de la socialdemocracia. Un momento en el que las ideas y políticas neoliberales que han dominado el discurso público desde los años 90 parecen haber perdido gran parte de su capacidad de seducción, perjudicadas por la crisis económica que asoló el mundo en 2008 a causa de la voracidad insana de los especuladores financieros, y golpeada definitivamente por una pandemia frente a las cuales las esperanzas de recuperación han estado depositadas en la reacción de los gobiernos y los organismos públicos. Un momento en el que los principales estados europeos han sido capaces de ponerse de acuerdo en un fondo de reactivación que supone no solo un relevante avance hacia una mayor integración económica y fiscal comunitaria, sino una clara apuesta por la intervención pública en la economía, una recuperación de Keynes y de sus políticas para corregir los ciclos económicos adversos y evitar el colapso social y el extremismo político al que conduce la desigualdad. Un momento, en suma, que recuerda a aquel tras la gran Guerra en el que Europa logró reactivarse económica, política y moralmente, a lomos de una intervención pública respetuosa con los principios fundamentales del libre mercado pero decidida a combatir sus asperezas e imperfecciones y a crear unas condiciones mínimas de protección social y bienestar para todos los ciudadanos.
Pues bien, en este momento propicio para la izquierda, en el que se reúnen todas las condiciones para una reafirmación orgullosa de los principios fundamentales que inspiraron su actuación en el espacio público europeo durante la segunda mitad del siglo XX, nos encontramos con un Partido Socialista Obrero Español, protagonista indiscutible de la consolidación de la democracia y de las grandes conquistas sociales de nuestro Estado del Bienestar, completamente extraviado de sus valores políticos esenciales, metamorfoseado en multiculturalismo y un feminismo y ecologismo más sentenciosos que reales, tan separado de la vida y de las preocupaciones de los desfavorecidos que su atención social se ha desviado de la pobreza a la diversidad sexual, tan ausente de las inquietudes de las familias que en lugar de garantizar las pensiones y potenciar las ayudas para el cuidado de los mayores promueve la eutanasia como la gran ampliación de derechos de la legislatura, tan ajeno a la defensa de la movilidad social que en vez de promover una educación pública de exigencia asesta un golpe definitivo a la meritocracia en directo beneficio de los privilegios de cuna, tan cautivo de la obscena causa nacionalista catalana como para profundizar, en vez de atajar, el desequilibrio territorial y el drama de la España rural y vaciada, tan indeciso sobre su desconexión histórica con el marxismo que rehúye la calificación de Cuba como una dictadura, tan distanciado de sus principios morales que flirtea y pacta con el terrorismo fascista que asesinó en nombre de una patria a algunos de sus mejores políticos y, en resumen, tan lejos de la dignidad, la igualdad y el universalismo esenciales a un socialismo democrático como para entregarse a las causas identitarias que representan, por definición, la antítesis del interés general.
Como dijo Tony Judt, gran defensor de la aportación de la socialdemocracia a nuestra calidad de vida, algo ha ido mal en Europa, en las últimas décadas, cuando las distancias sociales no han hecho otra cosa que agrandarse. Probablemente nos iría mejor si la izquierda europea, haciendo eficaz contrapeso a las políticas conservadoras que se inclinan a las soluciones neoliberales, se afanara en repensar y potenciar el Estado del Bienestar, y en defender de verdad los intereses de la mayoría y de los más desprotegidos, ocupándose de los mayores, los jóvenes sin empleo y sin futuro, las personas sin hogar y todas las familias con problemas para salir adelante con dignidad.