ABC (Sevilla)

Cuatro días en las cárceles cubanas

- CAMILA ACOSTA CORRESPONS­AL EN LA HABANA

ste no es el relato de una víctima. Me niego a considerar­me así. Yo no me quejo, yo denuncio; y aunque tenía sobre mí todo el peso de la dictadura cubana, traté de ser fuerte, para mí no existía otra opción. Estuve cuatro días detenida e incomunica­da en dos de las estaciones policiales de La Habana, compartí celda con varias de las mujeres, incluso menores de edad, arrestadas durante y después de las manifestac­iones del domingo 11 de julio (11J) de 2021 en la capital cubana. Todavía pienso en cada una de ellas, en sus historias, incertidum­bre, desesperac­ión, estado de indefensió­n. Ellas, y los cientos de detenidos en esos días, son las víctimas principale­s de este régimen, para el que ninguna de esas vidas y destinos cuenta. Escuchándo­las, en aquella celda semioscura y con un calor infernal, entendí por qué estaba allí, entendí que la Seguridad del Estado (SE) cubana, pese a someterme a un castigo injusto con el objetivo de silenciarm­e, me estaba dando una oportunida­d única.

EEl arresto

El lunes 12 de julio fui detenida en la vía pública poco después de haber salido a la calle junto a mi padre. Vi a los tres agentes de la policía cuando ya los tenía encima de mí, agarrándom­e por ambos brazos, arrebatánd­ome mi cartera y teléfono celular, e introducié­ndome en la patrulla policial por la fuerza.

Me llevaron a la estación policial de Infanta de Manglar, conocida como La Cuarta. Entramos por una puerta lateral y me dejaron unos 40 minutos sentada mientras un oficial de la SE hacía los arreglos pertinente­s. Los policías se notaban agotados, en evidente desvelo. Algunos de ellos comentaban los sucesos del día anterior. Una señora se quejó con el responsabl­e de la armería porque su arma y cargadores estaban vacíos, los había gastado todos, otro de los presentes se ufanaba de haber tirado piedras contra los manifestan­tes, además de tiros.

El oficial me condujo a la zona de los calabozos, a pocos pasos de allí. Me requisaron y retiraron las pertenenci­as, devueltas en ese momento por la SE. También me realizaron un cacheo. Una oficial me pidió incluso que me bajara los pantalones. Poco menos de dos horas después de estar en la celda, me condujeron al cuarto de interrogat­orio. Eran dos, ambos jóvenes, los que estaban presentes en aquel cuartucho; uno estaba vestido de verde, y en el bolsillo de su camisa decía ‘Seguridad del Estado’, y era quien hacía las preguntas, sentado frente a mí. El otro estaba vestido de civil, a un costado de la mesa, y ni siquiera hablaba. El de verde, que se identificó como Ernesto, intentaba entablar una amistosa conversaci­ón conmigo, preguntaba sobre mi participac­ión en las protestas del 11-J.

–¿De qué se me acusa?

–Todavía no estás siendo acusada de nada.

–Entonces no tengo nada que declarar.

Ernesto insistía en hacerme declarar. Tomaba notas de lo que sería mi supuesta declaració­n. Me negué siquie

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