ABC (Sevilla)

Cuando Beatriz encontró a Elegance

Ferrer-Salat, que en enero de 2020 en una caída, doma ahora a un caballo que procede de un linaje ilustre

- PÍO GARCÍA

TOKIO

Beatriz Ferrer-Salat Serra di Migni (Barcelona, 1966) se le recuerda con demasiada insistenci­a que es hija de Carlos Ferrer-Salat, el histórico presidente de la CEOE y del Comité Olímpico Español que tantas portadas de periódicos protagoniz­ó durante la Transición. Hay algo muy injusto en tratar todavía de ‘hija de’ a una de las deportista­s más laureadas y respetadas del país, que compite en sus quintos Juegos Olímpicos y que ya posee

Ados medallas, ambas conseguida­s en Atenas 2004: una de plata por equipos y otra de bronce en el concurso individual de doma clásica. Aunque cuando la niña Beatriz descubrió la hípica todo el mundo en su club (el Polo de Barcelona) hacía saltos, enseguida vio que esa otra disciplina (que era la rara, la que nadie cogía) cuadraba mucho más con su carácter. Para practicarl­a hace falta paciencia, sensibilid­ad, precisión..., y una relación estrecha, casi simbiótica, con la montura.

Resulta difícil explicar por qué un jinete escoge un caballo. Hay casos de enamoramie­nto súbito, de flechazo irracional, y otros en los que el cariño se va cociendo poco a poco. El gran caballo de Beatriz fue Beauvalais, que marcó una época en la hípica española y cuyo fallecimie­nto en 2018, a los 31 años y víctima de las complicaci­ones de un cólico, fue noticia en los medios especializ­ados españoles y extranjero­s, que publicaron encendidos obituarios. A Beauvalais lo vendió su anterior propietari­o porque no se entendía con él y alguien se lo ofreció a Beatriz casi a la desesperad­a. Le dijeron que era un animal muy complicado, que no iba a poder meterlo en vereda, que tenía demasiado carácter. La amazona barcelones­a lo montó y en un instante quedó prendada de él. Le pareció sentarse «a los mandos de un Ferrari» y entendió que no había que someterlo, sino acompañarl­o, encauzar su poderosa energía sin arruinar su carácter. Beatriz Ferrer-Salat y Beauvalais formaron el binomio más exitoso de la hípica española, con un palmarés abrumador, coronado por dos medallas olímpicas.

Caballo con genio y rebeldía

A Tokio llega Beatriz con el sucesor de Beauvalais, Elegance, otro caballo difícil, con genio y rebeldía. Una jinete holandesa, Anne van Olst, se lo ofreció cuando tenía tres años. Le pareció que podían congeniar. Procede Elegance

de linaje ilustre: es hijo de Negro, un fabuloso semental cuyos hijos están acostumbra­dos a ganar medallas olímpicas. Al principio a Beatriz le sorprendió su ímpetu e incluso llegó a dudar de que pudiera hacer carrera con él. «Es de sangre muy caliente», advierte la amazona. Pero poco a poco ha conseguido moldearlo, aunque quizá falte todavía algo de tiempo para que alcance su madurez. Ayer, en la clasificac­ión, Beatriz y Elegance lograron el tercer puesto de su serie y están pendientes de que concluya la jornada de hoy para conocer si consiguen o no plaza para la final. Solo haberse paseado por la pista tokiota supone un triunfo para ella, que en enero de 2020 cayó del caballo, se rompió la pelvis y el sacro y tuvo que estar ingresada en la Unidad de Semicrític­os del hospital San Pau.

Con independen­cia de lo que suceda en sus quintos Juegos Olímpicos, Beatriz Ferrer-Salat, que hace diez años se hizo vegana por amor a los animales, seguirá montando siete horas al día y atendiendo con un mimo exagerado a sus criaturas. En su finca, ‘Villa Equus’, Elegance y sus otros 32 caballos llevan una vida de príncipes, con preparador­es físicos, fisioterap­eutas y hasta maestros de reiki que les imponen las manos para que encuentren el equilibrio. «De pequeña yo quería tener un caballo para cuidarlo. Y esa sigue siendo mi filosofía», sentencia la amazona más laureada de España.

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// EP Ferrer-Salat, ayer durante su participac­ión en los Juegos de Tokio

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