ABC (Sevilla)

Peregrinas empoderada­s

- K. SAINZ BORGO SANTIAGO DE COMPOSTELA

rriéndolo: «Hay menos peregrinos. Algunos tramos los he hecho prácticame­nte solo. Lo prefiero, vengo al Camino para no hablar con nadie».

Todo en uno

En Santiago la fe crece como un pan mojado. A las once de la mañana todavía llueve, pero eso no disuade a los que aguardan en la Praza da Quintana de Vivos para acceder a la Catedral. En una hora se celebrará la misa del Peregrino y con la reducción del aforo al 50% pueden entrar 220 personas, no más. Por ser Año Santo Compostela­no, hay más feligreses y viajeros con interés por conocer esta iglesia Patrimonio de la Humanidad que comenzó a construirs­e en 1075. Toca tener paciencia.

Dentro de la catedral se habla poco y en voz baja. Las personas miran deslumbrad­as todo cuanto las rodea: el coro de piedra, el sepulcro o el botafumeir­o, el incensario de plata que cuelga desde lo alto del templo (se necesitan ocho personas para moverlo). Uno de los lugares más concurrido­s es el Pórtico de la Gloria. Solo 25 personas pueden contemplar­lo por turno. Se celebran cuatro visitas en la mañana y cuatro en la tarde, lo cual supone un total de 300 turistas. Para subir a la Torre de la Carraca, desde donde se ve toda la ciudad, la cantidad se reduce a 15.

El sepulcro del santo es el sitio de la catedral donde más recogimien­to se percibe, también en las capillas laterales, donde los sacerdotes imparten la confesión en inglés, francés, alemán y español desde las once de la mañana hasta la una. Pórtico, sepulcro y perdón de los pecados, todo en uno. Aquí el que no cree es porque no quiere.

«O abres o cierras»

Andrés Fernández despacha desde el mostrador de su tienda de sombreros, en el número 34 de la rúa du Villar. La fundó su abuelo, en 1912, y ahora él y su hermano continúan una tradición de tres generacion­es. «Compensar, lo que se dice compensar, pues no. Pero o abres o cierras, no queda otra», explica. «Nuestro cliente no es el peregrino que viene a conocer la catedral, se come un bocadillo y se marcha. Es el que se queda dos o tres noches, esos sí que compran un Panamá de 150 euros o una visera de 70».

A unos minutos andando, en la rúa da Raíña, Manuel Vidal limpia con energía la barra de la taberna O Gato Negro, un local centenario que llega ya a la quinta generación y que mantienen en pie su mujer, Pilar Costoya, y su hijo Xoan, cocinero del negocio, además de cinco empleados más.

De momento, disponen del 50% de aforo: doce mesas en las que pueden sentarse un máximo de cuatro comensales. A razón de dos tandas por comida y cena suman 46 clientes. De momento, y porque en Santiago la incidencia no es tan alta como en otros ‘concellos’, no exigen test de antígenos o certificad­os de vacunación para entrar a los locales. «Lo que más me cansa es explicar a la gente qué puede hacer y qué no. Hay 17 autonomías con sus propias reglas, por eso si vienen de Andalucía se ponen en la barra y tengo que explicarle­s que aquí no se puede, ¡y además se mosquean! Me paso todo el día en eso».

Las mujeres de la familia López-Cuevas llegaron a un acuerdo a comienzos de 2021. Harían todas juntas el Camino de Santiago, con una condición: no las acompañarí­a ningún hombre. Daba igual que fuese un marido, un hijo o un hermano: ellas comenzaría­n y acabarían su travesía sin varón alguno. Salieron las ocho desde Granada, la ciudad en la que viven, y comenzaron su recorrido desde Sarria, en Lugo, uno de los puntos de inicio más conocidos del Camino francés, a poco más de cien kilómetros de Santiago de Compostela.

Reto conseguido

Convencida­s y conjuntada­s –la mayoría lleva mascarilla­s color rosa–, emprendier­on su caminata el 18 de julio y acabaron el 22. «Terminamos ayer, pero no conseguíam­os número y nos hemos quedado para sacar el certificad­o de que hemos hecho el Camino», dice una señalando la fila de personas que esperan ser atendidas en la Oficina del Peregrino. «Yo no me voy sin la Compostela», le contesta su sobrina. «¡Ni yo!», riposta otra más. Se quitan la palabra la una a la otra, pero ninguna aclara los motivos exactos por los cuales han dejado a los hombres en casa. «El año pasado fue tan malo, pero tan malo, que decidimos juntarnos las mujeres de la familia y hacer este reto. Y lo hemos conseguido. ¡Somos las López y Cuevas!», explica una de las granadinas con su certificad­o en la mano. Si existe tal cosa como la sororidad, estas mujeres la representa­n.

Agotadas

Las dos últimas que faltaban por obtener su Compostela se incorporan a la charla. «¡Al fin!», exclaman las ocho peregrinas mientras posan ante la cámara del fotógrafo. Visten sus chubasquer­os y zapatillas, como si necesitara­n aún bastones de senderismo para atravesar la fuente del patio principal. Llueve, hace frío y están agotadas, pero les da igual. Han cumplido su reto y con eso basta. Las López- Cuevas se suman así a las casi treinta mil mujeres que hacen el Camino, es decir, cerca de un 45% del total. «El año que viene, repetimos», dicen, agitando su Compostela. Y, aunque llevan mascarilla­s, cualquiera podría verles la sonrisa, incluso desde el Monte do Gozo.

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Obradoiro, tras llegar desde Oporto
// FOTOS: MIGUEL MUÑIZ Una familia portuguesa, emocionada en la Plaza del Obradoiro, tras llegar desde Oporto
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Las mujeres de la familia López-Cuevas, de Granada

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