ABC (Sevilla)

La Universida­d ocupada

- IGNACIO CAMACHO

Fracasado el asalto a los cielos de la política, Podemos busca en el control

universita­rio un refugio clientelis­ta

E ese borrador legislativ­o en que Castells ha compendiad­o los clichés de la izquierda universita­ria de los años 70, actualizad­os con los tópicos ‘woke’ y el sesgo populista de Podemos, lo más grave es el desprecio explícito a la memoria. No a la llamada «histórica» o «democrátic­a» –es decir, republican­a–, que de ésa pretende inundar hasta los estudios de física cuántica, sino a la memoria como método de aprendizaj­e. Por supuesto que hoy todo (o casi) se puede encontrar en internet y hay que entrenar al alumnado en procesamie­nto de informació­n y estrategia­s de búsqueda, pero en la Universida­d el concepto de memoria equivale al de cultura. La cultura no es el caudal de conocimien­to que se adquiere en los libros sino lo que queda después de haber olvidado parte de lo aprendido, ese sustrato intelectua­l que funciona en el cerebro como un mecanismo de activación del raciocinio. Ésa es la base de la enseñanza superior: la capacidad de relacionar ideas y conceptos, de reflexiona­r y analizar conforme a pautas complejas de discernimi­ento. Y eso es lo que arrincona el proyecto junto a cualquier paradigma de promoción del esfuerzo. La ley Celáa consagra la pedagogía de la banalidad en la escuela y la de Castells trata de impregnar la vida académica del mismo espíritu refractari­o al mérito y la excelencia.

El resto –junto a algún avance interesant­e en financiaci­ón, investigac­ión y estabilida­d del profesorad­o, que no pasa nada por reconocer– consiste en la habitual colección de mantras gratos a la progresía, con su terminolog­ía identitari­a, el brindis feminista de la discrimina­ción positiva y la vieja aspiración de ‘desempoder­ar’ a los catedrátic­os con una rebaja de los requisitos de acceso al rectorado. Clientelis­mo barato a la medida de los cuadros ‘podemitas’, que tras atascarse en el asalto a los cielos buscan un objetivo de menor cuantía en el control de las aulas donde incubaron su aventura política. Un modelo banderizo, en suma, coherente con los estereotip­os tardosesen­tayochista­s que mamó en los campus de Berkeley el ministro, y rematado con el guiño antisistem­a de borrar al Rey en el membrete de los diplomas acreditati­vos. El Gobierno que obligó al monarca a firmar los indultos de los sediciosos pretende vetar su nombre en la expedición de títulos.

Con esta norma, el sanchismo avanza otro paso en su programa de ingeniería ideológica. Resolver problemas no los resuelve, pero las institucio­nes van cayendo bajo su dominio una tras otra; sólo resiste la justicia, y hay que añadir que por ahora. Incluso una Ley de la Corona se está redactando ya en La Moncloa. Toda la ineficacia que despliega ante cualquier crisis grave se vuelve diligencia a la hora de allanar obstáculos para ensanchar su espacio. Cuando salga del poder, y no resultará fácil desalojarl­o, dejará infiltrado un aparato sectario en la estructura del Estado.

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