ABC (Sevilla)

La inmortalid­ad de agosto

- ANTONIO BURGOS

Te mueres en agosto, y como casi todo el mundo está fuera y no se leen las esquelas, es como si siguieras vivo

ICE la vieja copla: «En Sevilla hay que morir...» Sí, pero que no sea en agosto. Porque morirse en Sevilla en pleno mes de agosto es una cierta forma de alcanzar la inmortalid­ad. Casi nadie se entera que has muerto. Media ciudad está en Chipiona y la otra media en El Puerto o en Sanlúcar. O de viaje por el extranjero. Sin algo fundamenta­l en Sevilla: sin poder leer las esquelas de ABC o los obituarios que los amigos o compañeros del difunto dedican en su memoria, con una foto por la que puedes identifica­rlos y recordarlo­s. Te mueres en agosto, y como casi todo el mundo está fuera y no se leen las esquelas, es como si siguieras vivo. Lo que digo: una cierta forma de alcanzar la inmortalid­ad en la memoria de todos.

En agosto deja de funcionar hasta el que llamo «tan-tan de la muerte», como los tambores lejanos de las tribus africanas, si se puede decir lo de «tribus africanas» sin que te llamen racista y xenófobo. El «tan-tan de la muerte» es que no hay nada que le guste más a un sevillano que decirle a un conocido o a un amigo que se acaba de morir alguien. Cada sevillano es como la campanita de duelo de La Caridad,

DFe de ratas

la que escuchaba El Pali frente a los gorriones del jardín de los Ybarra en la calle Aduana y sabía que algún asilado del hospital de La Caridad había pasado al cielo de don Miguel Mañara. Te dicen que ha muerto alguien y como no se lo digas tú también a alguien, parece como si no le tuvieras el menor apego al difunto. Es la pregunta que más veces se hace en Sevilla al cabo de los días, como un acertijo de La Canina:

— ¿Sabes quién se acaba de morir?

Con esa pregunta, cuando por la mañana coges el ABC y ves la esquela con la hora del funeral y del entierro, es como si el conocido o el amigo estuvieran ya muertos de toda la vida. Pero nada de esto funciona en agosto. La muerte parece que está de vacaciones, porque nadie te llamó a la playa o al viaje al Algarve (que se ha estilado tanto este verano) para esa muerte anunciada. ¿García Márquez? Pues sí: cada sevillano no se queda tranquilo si no rebota la pregunta de la muerte que le han anunciado. Ocurre así que cuando llega la Cuaresma y te refieres a alguien como presente aún entre nosotros, siempre hay quien tiene que aclararte:

— Ah, ¿pero no te enteraste que se murió este verano?

Ay, cuántos amigos sevillanos se nos van cada verano sin su gorigori, sin enterarnos que se han ido, como cantaba Benito Moreno el del «Ra, ra, ra» de El Larguero. Yo, por ejemplo, no he podido recordar a mi querido Joaquín Arbide el primer día de clase que lo conocí entre las pilistras del patio del Laboratori­o de Arte de la Facultad de Filosofía y Letras. Ni a Boby Bustamente en sus comienzos, como ayudante de Roberto Dorado con la cámara del «Telesur» de TVE o en su hermandad de San Esteban, junto a donde su padre tenía la tienda de fotografía. Y como se fueron en agosto, para mí que Arbide sigue con su Voz del Guadalquiv­ir y su Tabanque y que Boby Bustamente va con su Arriflex para hacer una informació­n que han pedido para el telediario de Madrid.

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