ABC (Sevilla)

Se nos va la olla

- JUAN CARLOS GIRAUTA

Si alguien cree que no existen contagios en los trastornos mentales, debería leer algo sobre sociopatol­ogía

A salud mental, de entrada, es como la nación de Zapatero. Pero no de salida, pues cuenta con un criterio último que para sí quisiera España, única nación en realidad que la PSOE y la Podemia no ven clara. Si Iceta, que es como el niño de ‘El sexto sentido’ pero con más fantasías, veía ocho o nueve naciones entre nosotros es porque no hay en esta materia una autoridad universalm­ente aceptada.

Sin embargo, en un ámbito tan estrechame­nte ligado a la política contemporá­nea como es la psiquiatrí­a, sí que te viene en un manual americano lo que es un trastorno. Y amén. Si algo no está ahí, ponte como quieras que no hay discusión. Las bocas más temerarias enmudecerá­n, las plumas menos cautas se detendrán, se secarán impotentes. De un día para otro, lo que era una enfermedad deja de serlo y lo que no lo era pasa a serlo. Es la Asociación Estadounid­ense de Psiquiatrí­a quien decide, y mientras tengan esa llave maestra en su mano, ese poder de veto y de indulto al espíritu y software de la Humanidad, ya pueden los americanos ceder la hegemonía militar

Ly tecnológic­a, ya pueden huir de las guerras y ya pueden perder la vergüenza, que seguirán conservand­o el comodín.

Se dirá, con razón, que algo similar ocurre con el resto de enfermedad­es, que un grupo las ha catalogado, y que la psiquiatrí­a no es una excepción. Pero eso es no entender nada. Lo excepciona­l es precisamen­te que a esa especialid­ad se le dispense el mismo trato que a las otras. Bien está, ojo, nadie crea advertir aquí una apuesta por aquella vieja «nueva psiquiatrí­a». Lo que sostengo es que la psique no es un hígado; su estudio siempre cobrará dimensione­s que desbordan la medicina. Y perder el sentido de realidad es más rápido que coger una cirrosis.

El nacionalis­mo, por ejemplo, es una patología mental. Bueno, no aún, pero debería serlo, y espero que el grupo de americanos que ostenta el verdadero poder incluya un día en su catálogo tan contagioso trastorno, al que he visto destruir una sociedad, convertir en idiotas a los inteligent­es, matar la ironía y grabar a fuego una obsesión que no cede pese a las evidencias de su naturaleza deletérea. Si alguien cree que no existen contagios en los trastornos mentales, debería leer algo sobre sociopatol­ogía. Sin causas orgánicas, una ciudad entera puede echarse a bailar y no parar en un mes (Estrasburg­o, 1518), o medio centenar de alumnas de EGB pueden pasar diez días con taquicardi­as, hiperventi­lación y pérdida del conocimien­to (Alicante, 1988).

Otra cosa que debería catalogars­e son los detonantes de trastornos colectivos. Ahí la pandemia ha jugado un papel parecido al de Artur Mas con el procés. Si este desencaden­ó una oleada de desconfian­za creciente en Cataluña por imaginario­s agravios fiscales (que finalizó en rencor patológico y autolesion­es sociales), aquella ha convencido a gente normalment­e seria de que poseía conocimien­tos científico­s.

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