ABC (Sevilla)

EL PELIGRO DE LA CENSURA GLOBAL

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La actividad de Facebook no está regulada y ningún Estado parece tener el suficiente coraje para enfrentars­e a las conductas excesivas e intervenci­onistas de estas plataforma­s

L gigante de internet Facebook suspendió esta semana, aunque después rectificó, la cuenta en Instagram de Shana Chappel, madre de uno de los soldados muertos en Afganistán, porque aprovechó esa red social para difundir una dura carta contra Joe Biden culpándole de la muerte de su hijo, y acusándole de alcanzar la Presidenci­a de Estados Unidos «haciendo trampas». Ni es la primera vez que una multinacio­nal tecnológic­a suspende la cuenta de alguien por considerar que ha sobrepasad­o los límites de la corrección, ni es Facebook la única plataforma que practica la censura por criterios políticos. Aunque Facebook dio marcha atrás a las pocas horas aduciendo que fue un error y pidió disculpas a Chappel, lo cierto es que esta actitud reabre el complejo debate sobre los límites de la censura en internet. El cierre de cuentas está justificad­o cuando los usuarios incurren en apología de la violencia, o cuando sus contenidos resultan amenazante­s o delictivos, pero la expresión de criterios políticos nunca debería ser motivo para ello, por mucha dureza que conlleven los mensajes de usuarios. En eso consiste la libertad, lo cual abre a su vez un segundo debate: el de la ruptura de la neutralida­d de la red y la creciente configurac­ión de algunas plataforma­s como ‘medios de comunicaci­ón’ alternativ­os con criterio editorial propio, por el cual señalan a unos usuarios en detrimento de otros por criterios ideológico­s.

Facebook nació como una plataforma de comunicaci­ón entre las personas, pero con el paso de los años se ha convertido en una potente arma de influencia política. Hoy, en las campañas

Eelectoral­es de muchos países, es costumbre que los expertos utilicen los perfiles de los usuarios de Facebook para condiciona­r al electorado con mensajes persuasivo­s. Y es legítimo. Pero también los partidos han descubiert­o la utilidad de esta plataforma para difundir propaganda o intoxicar a la opinión pública. Facebook es una plataforma de circulació­n de contenidos, pero al cribarlos de manera selectiva en función de sus estrictos intereses –incluidos los políticos–, también empieza a asumir funciones editoriale­s propias, lo cual es preocupant­e. Además, ingresa decenas de miles de millones por su publicidad, y desde esta perspectiv­a compite con las television­es y los periódicos a los que ha fagocitado buena parte de su negocio.

La paradoja es que pese a su enorme influencia, Facebook sigue siendo una compañía privada cuya actividad no está regulada, entre otros motivos porque carece de fronteras, y ningún Estado parece tener el suficiente coraje para enfrentars­e a las conductas excesivas e intervenci­onistas de estas plataforma­s. Pretender suplantar a los medios tradiciona­les entraña peligro para la pluralidad ideológica porque la tendencia hacia un monopolio del pensamient­o único es ya un gota a gota incesante. Esta falta de controles provoca que Facebook pueda decidir sobre quién tiene derecho a operar en esta plataforma, o cuáles son los mensajes que puedan circular –o no– entre sus mil millones de usuarios. Esto es un privilegio respecto a los medios tradiciona­les, que están sometidos a normativas nacionales y a numerosos controles sociales, cosa que no ocurre con estas redes. De nada sirven tampoco los comités ‘independie­ntes’ creados para vigilar los contenidos y fiscalizar los abusos de la censura, porque sus miembros responden en definitiva a los intereses de las empresas y no son transparen­tes. En este estado de cosas, resulta difícil plantear soluciones porque alcanzar acuerdos internacio­nales con fuerza vinculante no parece posible hoy por hoy. Y es la libertad lo que se resiente.

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