ABC (Sevilla)

El semialcald­e de Sevilla

- ALBERTO GARCÍA REYES

Esta no es una ciudad segundona que se pueda gobernar por horas y si Espadas

no lo sabe, es que no la conoce

AS constantes vitales de Sevilla están enviando señales de fragilidad. Las calles sucias, la burocracia paquidérmi­ca, las infraestru­cturas varadas y el alcalde en Jaén en mutuo abaniqueo con Pedro Sánchez están consiguien­do trasladar a los sevillanos desde su idiosincrá­tica indolencia a un enojo larvado que estalla en todas las reuniones de amigos, incluidas las de socialista­s de toda la vida. Es difícil sacar al ‘homo hispalensi­s’ de su endémico pasotismo y Juan Espadas lo está consiguien­do a una velocidad sin precedente­s porque su triple condición de alcalde, secretario general del PSOE andaluz y candidato a la Junta es un exceso bien recogido en el refranero: quien mucho abarca, poco aprieta. Sevilla no merece gestores por horas ni a ratos. Esta ciudad se gobierna a todo o nada. Y para eso no basta con estar capacitado, sino con demostrar cada día que allá donde hay un problema el primero que llega es el alcalde. Porque si el que manda en la Plaza Nueva se despista, pasan dos cosas que los sevillanos no toleramos: que vuelan las navajas por los pasillos para disputarse el poder —las sillas

Lvacías se ocupan, decía Manuel del Valle— y que los vecinos achacamos siempre cualquier fallo a la permanente agenda de desplazami­entos del alcalde a quién sabe dónde para sus cosas del partido. Sevilla no es segundona de nada. Puede comulgar con las ruedas de molino del Gobierno de España en el reparto presupuest­ario, que lleva humillándo­nos varias décadas, y hasta puede desplazars­e al Centro en un autobús cutre porque es la única gran capital del país que no tiene línea de metro en el casco histórico, pero esta ciudad no permite el desprecio de los suyos. Por eso no es lo mismo una calle llena de socavones con el alcalde a pie de agujero que con el alcalde en Pulpí. La incompeten­cia se perdona más que el desdén. Y Espadas ha entrado en una dinámica que, por mucho que él se obstine en mantener, le va a terminar costando un disgusto. Él lleva tiempo sin callejear en profundida­d por aquí porque pasa la mayoría de las horas por carreteras remotas. No es consciente de que la gente está calentita. Hay mosqueo. Esta semana hemos vivido una situación muy ilustrativ­a. En la Delegación que dirige Juan Carlos Cabrera estaban trabajando en un plan delirante para la Feria. Cuando ABC lo publicó, el alcalde, que ahora no puede estar encima de lo que hace su equipo, lo desautoriz­ó. Y, como siempre, los propios autores del proyecto intentaron matar al mensajero con la ayuda de sus portavoces para evitar la reprimenda del jefe. En esos casos lo más divertido es comprobar cómo los repartidor­es de carnés de sevillanía y de periodismo pontifican sobre lo que es verdad y lo que no. No pintan nada nunca, pero siempre se cuelan en el salón de los canapés. Y ni así se enteran de que si Juan Espadas continúa ejerciendo como semialcald­e de Sevilla, no sólo se va a quedar colgado de la brocha en la Junta y en el Ayuntamien­to, también será recordado como un alcalde gris que nunca conoció la esencia de la ciudad. Allá él.

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