La gran riada de los años 70: 25.000 pisos en la Cartuja
JAVIER RUBIO
edio siglo atrás, en septiembre de 1971, la Cartuja no era todavía una isla ni mucho menos un parque tecnológico. Pensada la corta hidráulica de la Cartuja para defender la ciudad de avenidas del Guadalquivir tras la catastrófica inundación causada por el Tamarguillo en 1961, Sevilla asistía impávida a la mayor riada de su historia: los veinticinco mil pisos con que el Estado quería sufragar la obra de defensa.
En eso, las autoridades franquistas de la época se atenían a lo que había sido una constante histórica —perdurable hasta hoy— en la siempre traumática relación de Sevilla con el Gobierno central: la ciudad venía obligada a costear una parte de la infraestructura como había sucedido con la Exposición Iberoamericana.
La corta hidráulica para desviar el cauce vivo del río por detrás de San Jerónimo requería de una aportación municipal que, a la altura de 1968, se cifraba en la mitad de los cerca de 800 millones de pesetas en que se había presupuestado la obra. Asfixiado económicamente, el Ayuntamiento era incapaz de allegar ni siquiera al 10% en que se ajustó su participación económica simbólica después de sucesivas rebajas del porcentaje.
La obra se había incluido en el II Plan de Desarrollo de 1969 junto a las canalizaciones del Turia en Valencia y el Manzanares en Madrid, pero, sin dinero, el proyecto sevillano se rezagó. El alcalde Juan Fernández-Rodríguez y García del Busto repasaba, en 1974, las causas de aquel atasco conforme a la idea del contraste de pareceres del que estaba imbuido el Estado
Mfranquista: «¿Por qué no se hizo? Creo que en parte fue por culpa de los sevillanos. Hubo tal diversidad de opiniones y desconocimiento, que los más interpretaban que hacer dichas obras sería la amputación del río. Era, por tanto, más fácil dirigir aquellas cifras a otras poblaciones que lo pedían por unanimidad».
El suelo de la Cartuja, en manos privadas, se convirtió a primeros de la década de los 70 en la moneda de pago. Para ello, el Ayuntamiento tuvo que solicitar de la Administración central del Estado la aplicación del decreto de actuaciones urbanísticas urgentes (Actur), una controvertida figura de ordenación urbanística al margen del planeamiento en vigor originalmente prevista para Madrid y Barcelona en 1970, pero a la que se adhirieron Zaragoza y Sevilla al año siguiente.
Actur de la Cartuja
Ese famoso Actur quería ser una tabla de salvación para el municipio, pero el fruto apetitoso por el que el Ministerio de Obras Públicas cargaba con la obra envolvía una venenosa semilla: el Ministerio de la Vivienda construiría 25.000 pisos para albergar una población de cien mil personas.
El pleno municipal del 15 de septiembre de 1971 dio el visto bueno a la delimitación del polígono Actur cuyos terrenos iban a ser objeto de expropiación forzosa y el mecanismo se puso en marcha como un reloj. La maquinaria, como tantas veces en Sevilla, atrasaba.
Hasta 1975 no empezaron a abonarse los justiprecios a un centenar de propietarios de terrenos rústicos por un importe de 450 millones de pesetas. El cheque más abultado correspondió, por 109 millones de pesetas, al administrador Antonio García Ca
para hacer la corta hidráulica de la Cartuja y costearla con un nuevo barrio capaz de acoger a 100.000 habitantes
Se cumple medio siglo de la delimitación del polígono Actur de la Cartuja con el que el Estado quería hacer caja en Sevilla
La obra hidráulica se planteó a raíz de la riada del Tamarguillo de 1961; se aprobó en 1971, pero no se terminó hasta 1982
rranza. Las obras pudieron comenzar de forma efectiva ese año, casi una década después de que los ingenieros dieran con la solución definitiva. La obra se dio por concluida en 1982.
El objetivo fundamental era «la defensa de Sevilla de las graves inundaciones que ha sufrido a lo largo de su historia, cuya gravedad justifica una obra que ofrezca las mayores garantías de acierto». A renglón seguido, se ofrecía la justificación de la intervención urbanística: «El proyecto permitirá ganar unos cuatro millones de metros cuadrados, actualmente de uso agrícola, para suelo urbano, contribuyendo a resolver el problema de la vivienda en Sevilla». La memoria continuaba: «Podría ser la gran actuación urbanística del siglo en Sevilla, comparable y aun superior, al gran esfuerzo de la Exposición en 1929».
El objetivo último era la llamada Sevilla del año 2000, que se proyectaba como una urbe de un millón de ha