ABC (Sevilla)

«Gente honrada vivió alegre la llegada del comunismo o del fascismo»

‘La clave Pinner’, su primera obra (2004), supuso una importante novedad en la narrativa española

- Escritor FÉLIX RUIZ CARDADOR CÓRDOBA

Andrés Pérez Domínguez ‘La clave Pinner’, publicada en 2004, supuso una novedad en la narrativa española, pues no era por entonces nada común leer una novela ambientada en Andalucía y adscrita al género de espionaje, con ecos nítidos de los maestros anglosajon­es del género. Aquella fue la primera novela de Andrés Pérez Domínguez (Sevilla, 1969), que desde entonces ha ido construyen­do una sólida carrera de narrador con obras como ‘El violinista de Mauthausen’, ‘Los perros siempre ladran al anochecer’ o ‘El silencio de tu nombre’ y libros de relatos como ‘La letra pequeña’ o ‘El centro de la Tierra’. El autor sevillano regresa ahora a las librerías con ‘La bailarina de San Petersburg­o’, novela editada por el sello cordobés Almuzara, ganadora del premio Albert Jovell y en la que recupera a su personaje más querido, Gordon Pinner, espía del MI5 británico con pasado en el NKVD ruso, la antigua KGB. Con él nos lleva Pérez Domínguez a uno de sus periodos favoritos: la Europa de los años 30 y en concreto al exilio ruso en París y a la Unión Soviética.

—Al principio de todo, según ha contado usted, estuvo Chaves Nogales y su libro ‘Lo que queda del imperio de los zares’. ¿Cómo se fraguó ‘La bailarina de San Petersburg­o’?

—Creo que leí ese libro en 2013, cuando yo andaba en otros proyectos. Pero me di cuenta de que allí había una novela fantástica, con muchos elementos interesant­es. Ese periodo situado entre las dos grandes guerras tiene mucho interés y el exilio ruso me pareció un tema apasionant­e. Eran personas en crisis, que sabían que las cosas no iban a volver nunca a ser como antes, y entre ellos había gente de muy diversa procedenci­a. Todo como digo era muy novelesco y comencé a documentar­me, leyendo todo lo que podía de ese periodo histórico durante varios años. La Historia con mayúsculas permite a veces que se cuele por ella las pequeñas historias con minúscula y aquí tenía uno de esos casos.

—Pocas veces se ha puesto el foco sobre esos ‘rusos blancos’, los exiliados. Sin duda, perdedores de la Historia y sobre los que recae el tópico de verlos como nobles que vivieron una especie de exilio lujoso y melancólic­o. —Sí, eran perdedores, y eso como sabemos los hace muy atractivos para la literatura. Se les tiende a mirar como gente ociosa, pero como antes le decía eran muy diversos y muchos estaban alejados de ese tópico. Había profesiona­les liberales y personas que simplement­e estaban en contra de los bolcheviqu­es. Había generales vendiendo periódicos para ganarse la vida y nobles que trabajaban como choferes. Lo que les unía a todos es que estaban en contra de los bolcheviqu­es y que habían tenido que huir de su país.

—El personaje principal de la novela es un viejo conocido para sus lectores, Gordon Pinner, que en ‘La clave Pinner’ aparecía como un personaje más en una novela coral pero que aquí toma la voz narrativa y se convierte en eje central de la novela. ¿Por qué decidió recuperarl­o?

—Esa decisión llegó después de darle muchas vueltas. Yo andaba a la búsqueda de un personaje que me sirviese para poder narrar varias novelas ambientada­s en las décadas centrales del siglo XX. Al final siempre llegaba a la misma conclusión, que Gordon Pinner era el mejor personaje posible para poder contar esas historias. De primeras, esta novela también la comencé a escribir en tercera persona, pero una cosa muy interesant­e de la escritura es que tanto la historia como los personajes te van pidiendo cosas conforme avanzas. Por eso decidí escribirla en primera persona, porque ese narrador era el adecuado para esta historia.

La atracción del comunismo

—Pinner siente de joven la atracción del comunismo, pero luego se va desencanta­ndo. ¿Es un símbolo de esa época en la que millones de personas sufrieron el desencanto de las utopías?

—Es cierto que gente honrada, tanto de izquierdas como de derechas, vieron una esperanza en el comunismo o en el fascismo, y vivieron su llegada con alegría. Luego se fueron desencanta­ndo, abrieron los ojos. A Pinner le ocurre eso, aunque no deja de ser un romántico y siempre piensa que las cosas pueden cambiar para mejor. En esta novela lo vemos con menos de 30 años, cuando todavía no ha abierto los ojos del todo pero comienza a observar cosas que no le cuadran. También hay que tener en cuenta que la Revolución Rusa fue uno de los momentos más importante­s de la Historia, con un calado profundo y universal. En cuarenta años lograron convertir un país atrasado en una potencia que enviaba hombres al espacio, aunque todo a costa de injusticia­s terribles y de mucha sangre de los que no estaban de acuerdo.

—A usted le gusta documentar­se al modo antiguo, artesanal. Viajando a los escenarios y no abusando de los recursos que hoy facilita internet. ¿Cómo ha sido ese trabajo en esta novela?

—Yo parto de la idea de contar de una forma sencilla, pero con la ambición de explicar una época a través de unos personajes. Por eso asumo mi trabajo con el mayor rigor que puedo. Leo mucho para documentar­me y viajo a los sitios. En este caso viajé a París en varias ocasiones y conocí el cementerio ruso de Sante Geneveive des Bois, que recomiendo a todos los lectores. En él está enterrado Félix Yusúpov y hay un cenotafio del general Alexander Kutépov, que ambos son personajes reales que aparecen en la novela. En el caso de Rusia, me escribió una lectora rusa a través de las redes sociales y se ofreció a ayudarme como traductora allí, lo que permitió hacer ciertas cosas que de otra manera quizá no me hubiese atrevido. Pasear a finales de noviembre, de madrugada, por la Plaza Roja es toda una experienci­a o hacer el viaje en tren de Moscú en San Petersburg­o, que también aparece en la novela. Esas experienci­as creo que se van introducie­ndo en la mochila del escritor y luego me ayudan para conseguir una mayor verosimili­tud.

—Hablaba antes de dos personajes reales del exilio ruso que aparecen en la historia: el príncipe Félix Yusúpov, célebre asesino de Rasputin, y el general Alexander Kutépov. ¿Cómo se trabaja con este tipo de personajes para incluirlos en la ficción?

—A estos personajes hay que acercarse con enorme respeto y trabajando con la documentac­ión que existe sobre ellos. Recuerdo por ejemplo que cuando escribí sobre Einstein en ‘El factor Einsten’ visité su casa y hablé con gente que lo había conocido. Me imponía muchísimo respeto. Lo mismo ocurre en estos casos. De Yusúpov me pude leer sus memorias, que tienen anécdotas impagables. Es sin duda un personaje muy novelesco: bisexual, muy controvert­ido y emparentad­o por su mujer con Nicolás II.

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