El campeón que no conocía los códigos
∑El esloveno, que trabajó limpiando en un centro comercial y fue saltador de esquí, aprende las claves del ciclismo en cada carrera que gana
ace dos años en la Vuelta a España 19, una advertencia antes de cada rueda de prensa. «Solo tres preguntas para Roglic», prevenía Laura Cueto, la jefa de comunicación. Ayer en Santiago, como todos sus días de rojo, el talante del ciclista gira hacia la cordialidad. «¿Alguna pregunta más para Primoz?». Y Roglic, vencedor ya de tres Vueltas, campeón olímpico contrarreloj, Lieja, País Vasco, Romandía, segundo en el Tour, palmarés de estrella, se despide amable de los periodistas con un «gracias» levantando la mano izquierda. El campeón que no conocía el ciclismo, su historia, sus códigos,
Hsu leyenda, aprende en proceso acelerado cada vez que compite y gana. Unas palabras en español, se le pide. Y Roglic desmiente aquel símil de algún medio francés, que comparó su atractivo con el de un frigorífico. «¡Cerveza! Dos más», suelta divertido.
Cuesta imaginarlo ahora en un centro comercial de Eslovenia, ataviado con el mono gris del trabajador responsable de la limpieza de las escaleras mecánicas y del edificio, tan concentrado en la tarea con los auriculares como compañeros en la noche solitaria. O lanzándose por un trampolín de salto en Garmisch Partenkirchen el primer día del año. Roglic, hijo de un empleado de una fábrica y de una maestra, desempeñó estas y otras ocupaciones (repartidor de publicidad, conserje) como corresponde a alguien obligado a buscarse la vida por necesidad.
La periodista americana Kate Wagner, crítica de arquitectura, lo deconstruyó en una magnífica entrevista en ‘Bicycling’ y Roglic ofrece retazos de su personalidad enigmática y en apariencia neutral, siempre al borde la sencillez útil, jamás inclinado hacia una parte o alternativa. Cuenta cómo fue su trasvase de los saltos de esquí, y del accidente que lo anuló, hacia el ciclismo profesional. Roglic se dedicó a enviar correos electrónicos a personas relacionadas con este deporte, en base a una pregunta que describe su carácter lacónico, directo e impasible. «¿Qué necesito hacer o ser para poder unirme a su equipo o intentar ser un profesional? ¿Qué se necesita?», preguntaba el exsaltador.
Aterrado en el manillar
Con 23 años, mientras todos sus actuales competidores en el pelotón llevaban desde los 12 o 13 años montados en una bicicleta, Roglic disputó su primera carrera. Tenía demasiado miedo en ese enjambre de ciclistas y no se soltó del manillar, aterrado como estaba, para comer o beber durante más de 170 kilómetros. «No sabía cómo ponerme y quitarme la ropa, cómo comer, cómo beber... cómo mear desde la bici. Necesitaba aprender muy, muy rápido. Y sí, me caí muchas veces en los avituallamientos», recuerda en ‘Bicycling’.
En 2015 ganó el Tour de Eslovenia y el Tour de Azerbaiyán. Los equipos de primera división se fijaron en el esloveno desconocido. Frans Maasen, director deportivo del actual Jumbo-Visma, dijo a VeloNews: «Lo llevamos en avión a Holanda para hacer una prueba. Era como un Ferrari». Un prodigio físico. Y arrancó su meteórica ascensión hacia la cumbre, ganando carreras, descubriendo el ciclismo y aprendiendo sus entresijos. En un deporte ocupado en puestos de responsabilidad por antiguos pasajeros, excorredores y demás, Roglic siempre ha sido el novato, un alternativo que recorrió el camino inverso.
Su derrota en el Tour 2020 ante Pogacar fue impactante. El casco desencajado sobre la nuca, la cara colorada, la figura descompuesta sobre la bici, el lamento al entrar en la meta de La Planche des Belles Filles y el abrazo de caballerosa felicitación a su compatriota al perder el Tour.
«Los grandes problemas de la humanidad...», dijo para relativizar aquella derrota en contraste con otros dilemas que acucian a cualquier ser humano. El relato de Primoz Roglic es la redención, el rescate del que se presume cautivo. Después de aquello, ganó la Lieja, la Vuelta, el oro olímpico contrarreloj, de nuevo la Vuelta... La historia de alguien que replica a la adversidad con una tenacidad superior y rigor mental, al que ninguna fatalidad le parece tan grande como para no superarla.