Una aldea en torno a un cementerio
Vivos y muertos conviven en este pueblo de Orense donde las tumbas se hallan al pie de las viviendas
lueve, las casas son de granito, las calles están desiertas y un frondoso bosque rodea el pueblo, que al doblar una curva se presenta como una aparición. Una gran iglesia, casi una catedral, se eleva sobre sus tejados. Hemos llegado a Santa Mariña de Aguas Santas, cerca de Allariz, a unas decenas de kilómetros de Orense.
¿Es una aldea o un cementerio? Surge la duda porque lo primero que llama la atención es que hay tumbas adosadas a los muros de las viviendas, a unos metros de la puerta. Los vivos conviven con los muertos y tal vez se sienten en la mesa de esta enigmática localidad gallega. Un hombre alto, un anciano de palidez cadavérica, con un solo ojo sano, cruza la calle como un fantasma.
Santa Mariña es el pueblo de los muertos, pero también de los milagros. Un gobernador romano decapitó a esta venerable mujer, sepultada en el recinto eclesial, de la que surgieron tres chorros de sangre que se convirtieron en una fuente de agua milagrosa. Todavía se dice que expulsa
Llas maldiciones y que cura a los enfermos. Con esa agua se bautizaba a los nacidos en el pueblo en una gran pila bautismal que hay en su interior. Había muy cerca del santuario un enorme roble, de tres metros de diámetro, que, según la leyenda, sangraba si le hendían un hacha. Su tronco mostraba un enorme hueco por el que se introducían los niños. El árbol fue destruido por un rayo y unos madereros lo convirtieron en astillas. Uno tras otro fue muriendo.
La leyenda cuenta que Olibrio, un prefecto romano, intentó sin éxito seducir a Mariña en el año 139. La encerró en un calabozo y la torturó. Luego la provocó heridas con hierros candentes. Pero nada de ello hizo efecto en la doncella, que sanó al cabo de tres días. Olibrio ordenó que la quemaran y echaran su cadáver a un estanque, pero todo fue en vano: la santa resucitó. Finalmente la decapitaron y su sangre se convirtió en tres manantiales.
La tradición pervivió y en el lugar se construyó una ermita, que fue transformada en el siglo XII en una iglesia románica. Fue ampliada mucho después con los elementos góticos que hoy le dan su formidable aspecto. Se accede al templo por unas escaleras, flanqueadas por un muro. Una torre con una campana y un reloj se alzan sobre la fachada. Algunas columnas con capiteles de acantos soportan el peso de sus muros. Vemos la imagen de la santa, iluminada por una bella cristalera policromada, sobre un altar.
Aunque la tradición señala que santa Mariña fue enterrada en este santuario, hay que recorrer varios kilómetros por una empedrada calzada romana y atravesar un bosque de robles para llegar al Horno de la Santa, donde fue quemada. San Pedro la liberó del tormento, haciendo un agujero en la pared. Es una construcción templaria, llamada basílica de la Ascensión, que nunca fue acabada por razones misteriosas. Quedan sus muros y una cripta abovedada, protegida por una puerta enrejada. Una serie de pasajes subterráneos salen del lugar.
Se desciende por una empinada escalera con una linterna. En las paredes hay una cruz templaria y otros misteriosos signos. Una cavidad en el suelo señala la posible existencia de un antiguo horno. Y hay también un altar, sepulcros de granito, estelas de piedra con dibujos y unos canales para el agua. Algunos estudiosos del antiguo templo señalan que tenía un origen celta y que se practicaban allí ritos iniciáticos. Otros apuntan que la cripta era un horno donde se quemaban los cuerpos de los muertos. Tampoco falta quien afirma que los templarios utilizaban el recinto para la alquimia. Pero nadie sabe nada con certeza.
Muy cerca de aquí Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo de Allariz, asesinaba a sus víctimas. Fue condenado al garrote vil en tiempos de la Reina Isabel II, que le indultó. Quería que su caso fuese estudiado por la ciencia. No es difícil imaginarse a Romasanta por estos tupidos bosques, al acecho de mujeres indefensas que cruzaban esta calzada.
Santa Mariña podría ser un espejismo de una mañana de verano, pero es un lugar bien real. La muerte, los milagros de la santa y viejas tradiciones que se pierden en el tiempo siguen inmutables en este rincón perdido de Orense, donde el reloj se detuvo hace siglos.