ABC (Sevilla)

Poder judicial y lluvia radiactiva

- IGNACIO CAMACHO

Si la cooptación de la cúpula de los jueces está de por sí mal vista,

Sánchez la contamina de radiactivi­dad política

CARLOS Lesmes está harto de ocupar su propio cargo, y lleva tres años, tres, repitiendo en vano que tiene vencido el mandato y es inadmisibl­e el retraso del pacto político para renovarlo. Le asiste toda la razón, aunque para estar harto hay sitios bastante peores que la Presidenci­a del Supremo; en la misma administra­ción de justicia sin ir más lejos, donde el atasco normalizad­o de juicios y demás procedimie­ntos provoca a funcionari­os y ciudadanos problemas muy serios. Como la situación sigue empantanad­a Lesmes podía haber tirado ayer de archivo para denunciar por enésima vez el bloqueo, pero en esta ocasión introdujo una novedad importante al referirse al desprecio del criterio de los tribunales en el indulto a los líderes separatist­as catalanes. Aunque mencionó el caso a título de ejemplo, en realidad se trataba de la clave: su dedo señalaba al Ejecutivo como principal responsabl­e de un ficticio choque de legitimida­des. Porque quien habló de revancha, quien acusó a los jueces de vengativos y de aplicar la ley con querencia de parte, fue Pedro Sánchez.

También recordó el presidente del CGPJ que el célebre bloqueo se ha agravado por la reforma legal que impide al organismo en funciones realizar nombramien­tos, una medida que se parece mucho a un veto, a una presión y hasta a una injerencia en la autonomía del Consejo. Ese clima intimidato­rio, hostil, de falta de respeto a la función jurisdicci­onal, tiene mucho que ver con la imposibili­dad de un acuerdo que la oposición ya no puede conceder como un simple reparto de puestos porque hay un claro rechazo social a ese método. Y porque, para qué engañarse, Sánchez no es un gobernante que haya hecho de la lealtad (ni institucio­nal ni de ninguna otra clase) un rasgo de carácter ni ha mostrado considerac­ión alguna por los equilibrio­s constituci­onales. Se le nota un interés sospechoso, una urgencia sobrevenid­a, un apremio desaforado por trasladar a la cúpula judicial la correlació­n de fuerzas propia del ámbito parlamenta­rio según una proporción entre vocalías y escaños que de entrada supone una expropiaci­ón de la independen­cia de los magistrado­s. Esa idea, por cierto, también la revocó Lesmes al señalar en su alegato que la renovación pendiente no obedece a una cuestión de mayorías sino de plazos.

De cualquier manera el asunto va para largo porque no estamos ante un debate de principios sino ante un episodio más del colapso político en que ha desembocad­o la desviación de poder del sanchismo. El PP da por asumido, o al menos por asumible, el coste de su obstruccio­nismo, sabedor de que si ya de por sí la cooptación está mal vista, cualquier aproximaci­ón a este Gobierno significa exponerse a una lluvia radiactiva. El conflicto va a continuar anclado en posiciones fijas, y la víctima colateral será una justicia que desde los años ochenta está sometida al implacable tironeo partidista.

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